3

201 29 1
                                    

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.


Solía ser un grandísimo idiota en algunas ocasiones, bueno, casi siempre. Comportarme como idiota me caracterizaba mucho.

A diferencia de mí, mis hermanos eran más parecidos a mi madre: un corazón enorme, alegres y pensaban antes de hablar. Yo era todo lo contrario, lamentable mi personalidad era casi idéntica a la de mi padre.

Daniel y yo éramos unos controladores natos, egoístas, idiotas y otras cosas más que preferiría no mencionar.

Sin embargo, hice lo que hace mucho no hacía: pedir disculpas. Y vaya que se me hizo complicado, ¿por qué algo tan sencillo se me hacía tan difícil? Pero tenía que hacerlo, tenía que disculparme ya que fuí un estúpido al tratarla así.

«—Eres una metiche, ¿nunca te enseñaron a no espiar a los demás? ¿No tienes modales?» Recordé lo que le dije la última vez que hablamos.

Ahora entendía porqué me evitaba.

Por lo que me contó Elena, comprendí que Emily tuvo años duros que la hizo cambiar, años dónde ya su madre no la consideraba la misma chica alegre que antes. No quise indagar más sobre el tema, sin embargo me carcomía la curiosidad por saber que le había pasado.

«—Sólo hay que darle un poco de tiempo.» me dijo la madre de Emily.

—Aterriza, Danilo —escuché la voz de mi hermano resonar por toda mi habitación—. Bueno, el que debería aterrizar soy yo ya que fui tu palomita mensajera.

—¿No te enseñaron a tocar? —le dije, sin molestarme en mirarlo.

—Eso es espiar, hermano—dijo, con tono divertido—. De acosado a acosador. — Se refiere a cuando vivíamos en Londres y algunas chicas nos espiaban.

Negué con la cabeza.

—No la estoy espiando —aclaré, alejé mis ojos de la habitación de Emily para observar a Diego— ¿Qué dijo?

Chasqueó la lengua.

—Malas noticias. —Se encogió con fingido pesar y terminó de entrar a mi habitación. Agité mis manos con desdén para que continuara—. Dijo que no te perdonará, fuiste un idiota, que la dejes tranquila o en todo caso que te disculpes tú mismo.

—Es testaruda la chica. —Sonreí y  Diego asintió para darme la razón—. Ya yo me disculpé, cumplí. Si sigue molesta ese es su problema. —Me encogí de hombros.

Mi hermano rodó los ojos.

—Vaya orgullo, Daniel... —murmuró, con una ceja elevada.

—¿Yo el orgulloso? Acepté que me equivoqué, pero ya pasó un mes entero. Ni que estuviera tan buena para rogarle tanto tiempo —le dije, mientras me alejaba de la ventana — ¡Y no me llames Daniel, idiota!

Sonrisas que iluminan Donde viven las historias. Descúbrelo ahora