CAPÍTULO 40

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Marta

–Lo siento muchísimo.

–No te preocupes. –le quitó importancia con una sonrisa algo forzada.

–Lo voy a apagar, sino no va a parar –aseguré sacando mi teléfono del bolsillo.

Lo decía por experiencia.

–Tranquila, sal a contestarle, no vaya a ser algo importante –dictaminó levantándose de la butaca del piano –solo quedan cinco minutos de clase, Marta. –su intento por convencerme de que no había ningún problema, me hizo darme cuenta de que aún seguía ahí plantada mirando como recogía las hojas de partituras.

Las llamadas de mi madre siempre solían dar pie a situaciones inaceptables. Que interrumpiera de esta manera mis clases me hacía, como poco, sentir vergüenza, pero también era bastante consciente de lo irremediable que era.

–Dios, gracias Manu –dije enviándole un beso al aire mientras salía prácticamente corriendo hacia la entrada. Su típica risa socarrona fue lo último que pude oír ya de espaldas –¡Nos vemos mañana! –me dio tiempo a gritar antes de que se cerrara la puerta de cristal.

Salí como una bala, dándome tiempo unicamente a ponerme la chaqueta y comprobar que la mochila seguía colgada a mi espalda, antes de que el frío atacara cada poro de mi piel.

Volver a las clases después de la pausa de Navidad, me había hecho pillarlo con más ganas de las que tenía ya de por sí siempre. Aunque quizás mi madre tuvo que ayudarme un poco a recordar que realmente esto era lo que llevaba esperando tanto tiempo, pues ahora tenía tantas distracciones en la cabeza con el mismo nombre, que a veces se me olvidaba lo prioritario. De hecho la llamada de hacía cinco minutos sería otro recordatorio de eso mismo, o quizás simplemente querría comprobar que estaba donde debería estar, y no en cualquier otro sitio.

Su repentino control sobre mí no me gustaba un pelo, pero supongo que le había dado motivos para ello.

<< –¡Joder! ¿Pero cómo se te ocurre? –grité desesperada dando vueltas a la mesilla del salón.

Que según Julia me dejara en casa, las malas noticias me recibieran como bienvenida al año nuevo, no fue plato de buen gusto.

–Lo siento... –repitió lo único que decía desde hacía cinco minutos.

Solo Natalia Lacunza era lo suficientemente increíble como para llamar a mi madre a las cuatro de la mañana, borracha como una cuba, para decirle entre balbuceos que me había perdido en una fiesta y no tenía ni puta idea de dónde o con quién estaba, y al día siguiente seguir pareciendo el mismo angelito de siempre.

Que mi madre le pidiera que me cuidase cuando me mudé aquí, era una maldita forma de hablar, no era necesario que le contara cada vez que me perdía de vista como a un perro. Y sí, lo sé, estaba borracha. Pero yo estaba mucho más enfadada que ella ebria, así que no lo justificaba lo suficiente.

Salí a la terraza resoplando, que llevara manga corta y fuera a pillarme el catarro del año era mi mínima preocupación en ese instante. Ahora que entendía las quinientas llamadas perdidas de mi madre, la cosa iba a calentarse en breves.

Pulsé con miedo sobre su contacto, y ni si quiera me dio tiempo a escuchar el primer tono, antes de que mi madre descolgara el teléfono.

–¿Marta?

–Mamá... –dije con un hilo de voz culpable.

Marta, por dios, ¿se puede saber dónde te habías metido? –gruñó –me tenías preocupadísima, ¿es que no sabes que me tuvo que llamar Natalia porque no sabía nada de ti?

Don't  ||  MARTIADonde viven las historias. Descúbrelo ahora