CAPÍTULO 32

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Marta

Su mirada solía ser fuego. Y a mí me quemaba más que a cualquier otra persona, tenía esa capacidad de abrasarme con un pestañeo. Lo peor es que a mí me encantaba estar en llamas, y más si eran las suyas.

Pero mirarla y encontrar sus ojos apagados me indicó que, a pesar de mi larga siesta en el coche, lo que había pasado aquella tarde no había sido ni mucho menos un sueño. <Ya me gustaría...>

María me acompañó hasta la puerta de mi casa en un trayecto silencioso en ascensor. Llevábamos horas así, ya no podían incomodarme unos segundos de subida.

No fue sorpresa para mí que se frenara en el felpudo antes de entrar en casa, lo imaginé, pero aun así no dudé en intentarlo.

–¿No quieres...quedarte a dormir?– susurré apoyada en la puerta, pues ya había pasado la media noche y Natalia y Alba seguramente dormirían.

–No.– respondió sin pensárselo un solo segundo. La expresión de seriedad con que me lo dijo me obligó a bajar la mirada al suelo, pero parece ser que ella sola se dio cuenta– Mañana trabajo pronto y...prefiero dormir en casa, ¿vale?– matizó.

Solo pude asentir varias veces en respuesta y presionar los labios para mostrarle, a pesar de no insistir, mi descontento.

Tampoco podía esperar tenerla todos los días como este fin de semana. Había sido algo puntual, debía metérmelo en la cabeza y concienciarme, iba a ser lo mejor para las dos que nos los tomáramos como algo natural. Había pasado, ninguna había podido evitarlo y tampoco pasaba nada. <O eso me repetía yo constantemente>

–Entonces...hablamos mañana.– su sonrisa fue la única despedida que me brindó. Le nacieron esas arruguitas al lado de los ojos, y estos se le achinaron, dejando ver por la pequeña abertura el brillo que tanto me gustaba.

Debió ser cuando se dio cuenta de que me fijaba en su boca, que su sonrisa se apagó de golpe y me obligó a subir a sus labios.

–Buenas noches Marta– soltó prácticamente en un susurro.

Esto me sonaba de algo. No era la primera vez que vivíamos esta tensión, aunque todavía no me acostumbraba a ella. Y no porque no pudiera, sino porque no quería, lo odiaba. Ya había podido conocer lo que era estar con María en una casa, las dos solas y sin importarnos nada, y me había gustado tanto que me asustaba.

–Espera...–pude agarrar su muñeca antes de que abriera la puerta del ascensor. Tardó unos segundos en darse la vuelta para mirarme, pero al final lo hizo.

–Ni se te ocurra volver a darme las gracias por nada– dijo en un tono amenazante– porque te mato.

Ya me había dejado claro las veces suficientes que lo había hecho porque ella quería y que no tenía que devolverle ningún favor. Sin embargo, cuando le regalé la entrada del concierto me prometió que me compraría algo, por el simple hecho de dejar de sentirse mal consigo misma.
Era desesperante que pensara así.

–¡No es eso!– reí.

Ella misma tuvo que notar que fue una risa nerviosa fuera de lo normal, e hizo lo que siempre necesitaba en estos casos. Ayudarme.

Me agarró las manos para entrelazar nuestros dedos, y me acarició el dorso con su pulgar. Su caricia me provocó un escalofrío que me recorrió el cuerpo, pero no dudé en dar un paso para estrechar la cercanía.

–Que yo...que si...– tartamudeé inquieta, pues no sabía bien como decirle que me moría de ganas porque no se separara de mi en estos momentos, pero aún estaba averiguando si tenía más ganas que vergüenza– ¿estás segura de que quieres irte? –intenté de nuevo– ya es tarde...y sabes que no hay ningún problema con que te quedes en mi cuarto– de hecho era todo lo contrario a un problema.

Don't  ||  MARTIADonde viven las historias. Descúbrelo ahora