Trial and error

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Chuuya lo intentaba. Lo intentaba, y lo volvía a intentar, pero siempre había algo que fallaba.

No era perfecto, no lo sentía perfecto, no era lo suficientemente bueno. Tenía que dar la audición, tenía que conseguir su beca, tenía que entrar en la academia. Tenía...

—Chuuya.

La voz de Dazai le sacó de su remolino de pensamientos. Aún en el suelo, Chuuya alzó la mirada para mirarle a los ojos. ¿Cuándo se había acercado?

El castaño se arrodilló ante él y puso las manos en sus hombros.

—¿Qué ocurre, Chuuya?

—A veces... siento que no puedo hacerlo —desvió la mirada hacia la madera, hacia las puntas desgastadas de sus zapatillas de baile—. Que no lo lograré. Que no soy lo suficientemente bueno.

—Lo estás haciendo genial, Chibi —apretó ligeramente sus hombros—. De verdad. No te lo diría si no fuese cierto.

—¿No ves que siempre me equivoco? ¿No te das cuenta? ¡No lo estoy haciendo bien!

La frustración del pelirrojo empezó a convertirse en ira. Apretó los puños de tal manera que sus uñas se empezaron a enterrar en sus palmas.

—Chuuya, escucha...

—¡No puedo hacerlo! —golpeó el suelo con el puño—. Y con lo que te ha costado componer esa melodía, solo para mí, y...

—Siempre puedo cambiarla, Chuuya —interrumpió—. Puedo hacerte diez mil más si quieres. Pero tú no eres así, Chuuya. No me harás cambiar nada, porque sabes que vas a sacar esto bien.

Chuuya lo intentaba. Pero siempre fallaba. El piano seguía sonando, la melodía de Dazai continuaba su curso y él sentía que las notas le ahogaban, incapaz de seguirle los pasos.

Era casi irónico. Su relación con Dazai era casi igual que aquel baile. Parecía que todo estaba bien, que todo iba genial, y de repente caía. Algo pasaba, algo nuevo encontraba acerca de Dazai, y sentía que nunca llegaría conocerlo del todo.

—¿Y si al final no lo consigo?

La mirada azul se clavó en la marrón de Dazai. Aquella pregunta iba con más intención que la que Chuuya en principio le había querido dar.

¿Y si de verdad no conseguía conocer del todo a Dazai? ¿Y si nunca conseguía ser compatible con la melodía de Dazai porque, simplemente, no era compatible con su creador?

—Si no lo consigues, significará que la vida simplemente es injusta.

—O a lo mejor es que al final no estoy hecho para esto.

—Eres un enano —empezó de repente, mirando al techo mientras ponía una mano en la barbilla—. Eres irascible, molesto, demasiado gritón y poco amable conmigo.

—¿Gracias? —arqueó una ceja, confuso.

—No sabes cuándo parar. Tienes demasiada energía. Eres demasiado terco y demasiado leal a tus ideales, te aferras al baile demasiado —siguió—. Tienes más defectos, y si sigo seguramente acabe con un ojo morado.

—Posiblemente. Pero, ¿a dónde...?

—Sin embargo —volvió a interrumpir, y miró al pelirrojo nuevamente—. También eres el mejor bailarín que he conocido, Chuuya.

La mano de Dazai se posó en la mejilla de Chuuya. El pelirrojo parpadeó sorprendido, y sintió sus mejillas arder ante la sonrisa que le dedicó Dazai.

Era una que pocas veces había visto en el castaño desde que se conocieron, hará unos dos años. Una de ellas fue cuando logró completar esa misma melodía que Chuuya siempre fallaba a la hora de bailar.

A sus diecisiete años, Chuuya nunca había sentido su corazón acelerarse excepto cuando bailaba. La felicidad que sentía siempre iba a mano de los pasos y giros de baile, de sentir sus pies desgastados y la melodía bajo su piel.

Sin embargo, en ese momento sentía el aire faltar en sus pulmones y su corazón latir como cuando bailó por primera vez. Los ojos de Dazai brillaban de una manera que nunca había visto antes, como si tan solo tuviera ojos para él. Como si no existiera nada más en el universo de Dazai aparte de él.

Intentó hablar, pero las palabras no le salían de la garganta. Dazai tan solo le miraba, con esa sonrisa, y Chuuya solo sentía caer profundamente en el abismo del marrón de sus ojos.

No era una sensación desconocida. A lo largo de esos años, había sentido anteriormente aquella caída, aquella sensación que le embriagaba el pecho y le cortaba la respiración cada vez que Dazai le dedicaba esas miradas. Sin embargo, siempre había intentado luchar contra ello.

Parecía que había vuelto a fallar.

—Lo haremos juntos, ¿de acuerdo?

Dazai se levantó, y le tendió la mano. Chuuya le miró, y el castaño extendió su sonrisa.

Sintiendo las manos temblorosas, Chuuya aceptó su ofrecimiento. Sin embargo, debido al gasto de sus pies por el exhaustivo ensayo, en cuanto Dazai le soltó, acabó tropezando y sintiendo su cuerpo caer hacia atrás.

En cuanto pensó que su caída era inevitable, Dazai le sujetó por la cadera, atrayéndolo para sí. Debido a fuerza que aplicó, Chuuya terminó contra el pecho de Dazai, pudiendo sentir el latido de su corazón bajo la palma de su mano.

—¿Estás bien?

Chuuya asintió aún contra el pecho de Dazai, y se separó de él con una sonrisa en el rostro.

—Sí. Ahora pongámonos a ensayar, que no va a salir solo.

Dazai asintió, volviendo al piano mientras Chuuya ajustaba mejor las zapatillas de baile a sus pies, mirando de reojo cómo su compañero se concentraba en las partituras de piano.

Sonrió. Mientras Dazai estuviese ahí, sabía que no le dejaría fallar.

Aunque Chuuya ya sabía que, por mucho que lo intentara, siempre fallaría y acabaría sumergiéndose en aquellos ojos marrones como almendras.

Siempre acabaría cayendo por él.

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