Debt and repayment

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Todo empezó por casualidad.

Un buen día, regresando juntos de una misión que les habían encargado, empezó a llover como si no hubiera mañana. Sin más remedio, Chuuya y Dazai se metieron en el primer lugar que encontraron, que fue una cafetería.

Chuuya se había dejado la cartera en su oficina, así que Dazai, después de muchas burlas, decidió invitarle a un té. El pelirrojo le prometió que se lo devolvería, pero Dazai lo dejó sin importancia.

La siguiente vez que salieron juntos a tomar un café, Chuuya pagó por lo de Dazai en compensación. Sin embargo, también acabó pagando el pastel que el castaño se había pedido, y aunque a Chuuya realmente no le importaba, Dazai prometió que le invitaría de nuevo para compensárselo.

De alguna manera, acabó en una especie de tradición que uno invitara al otro por lo menos dos veces a la semana. Siempre era en la misma cafetería, pequeña y acogedora en una esquina algo escondida de la avenida principal. 

Sin embargo, la última vez que fueron, Chuuya pagó y Dazai prometió que se lo devolvería. Antes de que eso ocurriese, Dazai se fue de la Port Mafia y nunca pagó su deuda.

Desde entonces, Chuuya no volvió a pisar aquella cafetería. Ni siquiera pensó demasiado en ello, dado que lo último que quería en esos momentos era recordar cualquier cosa que guardase relación con Dazai Osamu.

Pero ahora, parado en frente de aquella cafetería, Chuuya no podía evitar pensar en aquellas tardes, lluviosas como esa, en las que Dazai le molestaba mientras bebía una taza de café. El pelirrojo le pateaba por debajo de la mesa y Dazai reía, y luego continuaba hablándole acerca de cualquier cosa que tuvieran entre manos esos momentos. Bien podía ser un objetivo, una estrategia o una anécdota cualquiera.

Chuuya le escucharía mientras bebía de su té, y le pegaría otra patada al siguiente comentario molesto que hiciera. Entonces, Dazai sonreiría con esa sonrisa que a veces ponía, entre melancólica y feliz, y Chuuya apartaría la mirada hacia la ventana, mirando los coches pasar mientras sentía la mirada de Dazai clavada en él.

En algún momento de su ensoñación, acabó entrando a la cafetería. Cerró su paraguas y una muchacha le atendió. Se sentó al lado de la cristalera a pesar de que la camarera le había ofrecido un mejor puesto en la barra al ser solo uno. Pareció pensar que estaba esperando a alguien y por eso no dijo nada, pero en realidad sabía que no vería a Dazai cruzando esa puerta, como todas aquellas veces en las que llegaba tarde porque no sabía ser puntual.

No le vería entrando con el cabello mojado y la ropa chorreando mientras la campanilla que anunciaba un nuevo cliente sonaba. No vería su sonrisa estúpida cuando le encontraba con la mirada y le saludaba tan alegremente, como si no hubiese llegado media hora tarde y mojado hasta los pies.

Así que miró por la ventana tras pedir un té verde. No parecía que la lluvia se fuera a detener.

¿Cuántos años habían pasado desde la última vez que visitó ese lugar? ¿Cuatro, casi cinco? El tiempo había pasado de una manera extraña desde aquel momento.

Sonrió a la camarera cuando le sirvió el té, aunque no era la sonrisa más elaborada que había puesto. La chica no dijo nada, tan solo hizo una leve reverencia y volvió tras la barra.

Habían cambiado muchas cosas, aunque era normal después de tantos años sin ir. De hecho, hasta le sorprendía que siguiera en la misma ubicación y no se hubiese desplazado a alguna mejor. Tanto las mesas como el color de las paredes era diferente, y había algún camarero que vagamente recordaba, los demás eran nuevos. Sin embargo, el aire acogedor, casi hogareño, era el mismo que fue cuando acudía allí semanalmente.

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