I'm lonely because the snow changed into rain

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Nevaba.

Le gustaba la nieve, aunque no siempre había sido así. Cuando era pequeño y vagabundeaba por Cone Street, la aborrecía simplemente porque le daba más problemas de los que ya tenía. Con siete años y sin tener un lugar donde calentarse, la nieve suponía un gran obstáculo para sobrevivir.

Ahora, con veintidós y un bonito apartamento desde el cual observarla, podía decir que le gustaba. Era blanca, suave y fría. Le traía recuerdos, algunos buenos, algunos malos y la mayoría agridulces.

Le recordaba a su pasado, porque nevaba y estaba al borde de la muerte cuando un miembro de las Ovejas le encontró y lo cuidó hasta que se recuperó. ¿Cuántos años tendría por aquel entonces? ¿Doce?

A partir de ese momento se hizo miembro de la organización y ayudó a su crecimiento. En algún momento llegó a ser el líder, casi sin darse cuenta, y obviamente no tenía la capacidad para liderar un grupo. Ni siquiera sabía controlarse a sí mismo, tan solo tenía quince años y demasiadas preguntas sobre su propia identidad.

Nevaba también aquella vez que encontró a Dazai intentando cometer suicidio en el río helado, cuando tenían dieciséis. Fue la primera vez que salvó a Dazai de sus múltiples intentos de suicidio. Aún recordaba su rostro de frustración cuando se despertó en el apartamento de Chuuya, arropado con una manta y con cuarenta de fiebre.

Nevó también cuando celebró por primera y única vez el año nuevo. Dazai había insistido en que era un amargado si nunca había celebrado año nuevo, pero no parecía comprender que si no lo había hecho era simplemente porque nunca había tenido a nadie con quien hacerlo. Muchas veces ni siquiera tenía un techo.

Estaba seguro de que, a pesar de las quejas que puso Dazai, él tampoco lo había hecho. Al menos, no en los últimos años. Y como él tampoco tenía a nadie, decidieron celebrarlo juntos.

No fue nada especial, solo ellos dos hablando de banalidades mientras bebían alcohol. Chuuya abrió uno de sus vinos y Dazai decidió comprarse una de los mejores licores. Cuando el nuevo año comenzó, tan solo chocaron los vasos y miraron la nieve caer desde la terraza del apartamento de Chuuya.

No fue nada especial, pero para el pelirrojo era algo inolvidable.

La nieve también estuvo presente cuando Dazai se inclinó para darle un beso. El primer beso de su vida. No era que fuese un romántico, pero lo seguía sintiendo como el más importante. Años después y muchos besos más, lo seguía sintiendo.

Sin embargo, cuando se enteró de que Dazai había dejado la Port Mafia, la nieve se cambió por lluvia. Fue una tormenta de tal calibre que tuvo suerte de no haber salido de su apartamento. Desde la ventana de su habitación pudo ver cómo su coche explotaba y la lluvia apagaba las llamas.

Seguramente Dazai supiese que iba a llover, y entonces decidió programar la bomba para entonces. Chuuya no podía culpar a la nieve, por ello le gustaba, pero la lluvia no.

La lluvia siempre había estado asociada a momentos tristes. Prefería que siempre nevase a que lloviera.

Tomó un sorbo de su vino mientras miraba caer la nieve, acumulándose en las calles de Yokohama. El nuevo año se acercaba, y nuevamente, como desde hacía años, no tenía a nadie con quien celebrarlo. La única vez fue con Dazai, y no se volvería a repetir.

Miró el reloj de pared. Faltaban dos minutos para el fin del año. La televisión de fondo hacia el único sonido de su apartamento, y hacía tiempo que había dejado de prestarle atención. Se dedicó a ver a sus vecinos de enfrente, que miraban ansiosos la pantalla de la televisión, esperando que el reloj marcase las doce para gritar y celebrar el año nuevo.

Quedaba un minuto en lo que había tardado en mirar a sus vecinos.

En sesenta segundos cambiarían de año y él sólo podía pensar en el muchacho de diecisiete años que chocó su vaso contra el suyo y le sonrió. El mismo que le dio un beso encima del puente de donde había intentado saltar, tan solo porque quería ver su reacción.

Su reacción fue, predeciblemente, darle un empujón de tal fuerza que hizo que el chico cayese finalmente del puente y que fuese Chuuya quien se encargase de curar sus heridas y cuidarle mientras se recuperaba.

La nieve le gustaba, pero le traía demasiados recuerdos agridulces.

Escuchó campanadas y vio los saltos de sus vecinos, por lo que dedujo que se habían hecho las doce.

Su teléfono vibró, y lo miró con curiosidad. No había mucha gente con su número, y de ellas ninguna le hablaría a esas horas ese día. Sin embargo, en cuanto lo abrió, vio que se trataba de un mensaje del que menos se esperaba en ese momento.

Era Dazai.

No había mucho contenido. En realidad era una simple frase, pero significaba mucho. Era especial, incluso cuando no era nada anormal.

«Feliz año nuevo, enano».

Sonrió mientras tecleaba su respuesta.

«Espero que este año logres morirte, maldito imbécil».

Apagó el móvil y lo dejó sobre sus piernas, mirando la nieve de nuevo.

Le gustaba la nieve porque, cuando caía, le traía felicidad.

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