Acciones innecesarias.

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Tengo ganas de comer, pero nada elaborado, sólo un aperitivo.
Me pongo un camperon y, con el pijama aún abajo, salgo hacia algún kiosco cercano para comprarme unas galletitas. Mi barrio no es muy tranquilo que digamos y menos en las épocas invernales, donde las calles son cubiertas por la penumbra de la noche desde temprano.
Camino la primera cuadra y me encuentro con el potrero con los arcos teñidos de óxido y grandes parches de tierra infértil a causa de los chicos del barrio que juegan sus partidos por la gaseosa así como yo lo hacía en mi infancia. Poco más adelante, del lado izquierdo está la plazita, que dispone de tres amacas, un tobogán y un subibaja para la diversión de los infantes, aunque de vez en cuando, a la madrugada, se juntan por ahí los más grandes a tomar algún vino o fumarse alguna seca. En frente de la plaza hay una cortada que recibe luz de la cuadra de la cuadra contigua, y en esta apenas se ve la silueta de una pobre alma hechada contra el paredón de una casa. La sombra de este se fusiona con la oscuridad del pasillo.
Ya en el kiosco me atiende doña Elba, una señora mayor que me conoce desde que empecé a hacer los mandados cuando era pendejo. Me saluda, me pregunta por mi mamá y mis hermanos, le cuento que uno está por terminar la carrera y el otro ya empezó a cursar. A mí me queda terminar el secundario y entrar a la facultad. Le pido unas galletitas, le pago, me da el vuelto y le deseo buenas noches. Ella me devuelve el gesto.
Me dispongo a volver a casa y a planear mi noche; podría hacerme un café o chocolatada, acostarme y mirar la serie que me quedó pendiente así la termino de una vez por todas, o podría ver alguna película que no haya visto antes.

-¿Eh amigo tenés cigarro?- escucho de la nada y mi corazón da un vuelco. Me detengo por un momento.
-No amigo, no fumo yo-. Intento sonar lo más amigable posible para evitar problemas y avanzo.

-¿'Tas seguro vos? - inquiere, siguiéndome.

-Sí capo-. Amago mirar hacia atrás pero no llego a mirarlo.

Antes de que pueda reaccionar tenía la punta de una navaja a un lado de mi cuello y su respiración en mi oreja. Temblaba levemente y empezaba a parecer ansioso.

-Si no querés que te pegue un puntazo dame todo gil- amenaza con violencia.

-Pará loco, pará-. Intento calmarlo, y antes de que se ponga más agresivo le doy los diez pesos de vuelto que me había dado doña Elba -Es todo lo que tengo encima, no tengo nada más

Me tantea los bolsillos desconfiado de que no tenga nada más, lo confirma, y sin previo aviso siento el acero de la navaja atravesar la piel de mi espalda baja. El delincuente corre sin más por la cortada y se pierde en la oscuridad. Instintivamente llevo una mano hacia la herida y luego la pongo frente mis ojos, confirmando que me apuñaló y estoy sangrando. Tardo unos lacónicos segundos en poner a caminar a paso lento. Estoy en shock, nunca antes estuve en una situación similar. Llevo mi mano hacia la herida para evitar que salga más sangre, pero pareciera ser contraproducente ya que sigue saliendo cada vez más. De un momento a otro me encontré tirado, arrastrándome sobre las piedras de la calle de tierra.

No entiendo por qué llegar a este extremo, ¿A causa de qué? ¿Acaso es la pobreza y el impedimento de encontrar un laburo? ¿O el juicio nublado por la adicción a las drogas y la desesperación de conseguirla de alguna u otra forma? De todas maneras no me hace sentido que me haya apuñalado, no tiene razón ni motivos. Entregué todo lo que podía dar en el momento y aún así lo hizo.
Con esas incógnitas en la cabeza empezó a nublarse mi vista y, a pesar de tener un camperón puesto, siento demasiado frío que me hace temblar. De a poco me desvanezco, y de un momento a otro, el farol ya no está.

Escritos en el aireDonde viven las historias. Descúbrelo ahora