Magos.

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Con elegantes gabardinas negras, caminaban con paso tranquilo dos hombres, uno de veintitrés años y otro de cuarenta quienes asechaban a un sospechoso de magia negra.

El lugar parecía un laberinto con callejones conectándose, por lo que los persecutores se dividen para emboscar a su presa. De la nada, el mayor de los magos es atacado con un proyectil púrpura que desprendía una estela de flamas del mismo color. Sin inmutarse y con movimientos casi naturales, conjura con una mano una pared mágica que detiene el ataque haciéndolo desvanecer. Apenas transcurren unos segundos cuando aparece el mago más joven abalanzándose sobre el brujo lanzando su brazo con la mano extendida en forma de lanza; las uñas, iluminadas en verde y alargadas más de lo normal haciéndolas culminar en punta, rozan el pómulo de la víctima que por poco no encuentra el final de sus fechorías mágicas.

Al ver que su primer ataque falló, se aleja unos metros con un salto manteniendo distancia con el contrincante. El veterano sólo observa de brazos cruzados.
El aprendiz desprende su cinturón, y lo que parecen ser piezas de metal separadas se unifican en una espada.
Por contrario, el hechicero saca un libro maltratado y viejo y pasa hojas hasta encontrar el hechizo deseado, ejecutándolo e invocando un gran tigre negro de ojos rojos que desprende humo negro de su ser.
El enfrentamiento no se hace esperar, casi al mismo tiempo tanto la bestia como el mago se abalanzan para atacarse. El joven, con el primer blandir de su espada, atraviesa con sencillez el espíritu bestial y el segundo va como una flecha hacia el pecho del brujo, atravesándolo y matándolo.

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