Día 1: Familia

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Sousuke miró con atención la estantería de madera de roble donde reposaban todas las especias. Tomó la sal y echó a la sartén algo más de lo que hubiera puesto si cocinara para sí mismo. El chispeante sonido del salteado aturdía cualquier otro sentido y mantenía alerta únicamente a su vista. Hasta entonces, cuando detectó por un momento esas grandes manos que taparon sus ojos.

—Kazu-nii sé que eres tú. —aseguró monótono.

—Bah, contigo nunca funciona. —desistió de su broma.

Kazuma arrastró una silla y se acomodó mientras su primo seguía sumido en aquella concentración. Sousuke era pulcro, precavido y tenía un toque especial de no-se-sabe-qué a la hora de cocinar. Hubiera sido un gran chef si así lo hubiera deseado, y eso mismo pensaba Kazu. Pero los planes de él eran otros: nadar entre campeones.

—¿Se lo has dicho ya?

El más pequeño de los Yamazaki detuvo la mano en que sostenía su utensilio, pero pronto comenzó a remover enérgicamente. Esa pregunta había sido demasiado directa

—¿A quién?

Kazuma bufó y sin duda le respondió:

—A Tachibana, por supuesto.

Sousuke apagó el fuego retiró la comida a un lado y se apoyó con una de sus manos sobre el hombro de su primo.

—No hay nada que decir.

—Tus padres están preocupados por ti.

Sus párpados se abrieron a cámara lenta. Eso no lo había pensado. ¿Era tan obvio? Pensaba que no era alguien precisamente expresivo, pero claro, los padres lo saben todo. Sousuke pasó sus manos por el pelo y se retiró de la cocina. Dio grandes zancadas hasta la escalera y justo cuando subía por ella el rostro de compasión de su madre se cruzó ante sus ojos. ¿Cómo no se había dado cuenta antes de cuán angustiados estaban?

—Mamá, yo...

No encontró las palabras con las cuales disculparse y prefirió mantener la boca cerrada. En cambio ella sí supo cómo actuar; tomó a su hijo y lo estrechó en un abrazo obteniendo una fuerte respuesta de los músculados brazos de él.

—Todo ha salido bien. —dijo ella con voz tierna, lo que provocó que a Sousuke se le resbalara una lágrima.

Sí, la operación había sido todo un éxito. Muy pronto podría volver a nadar, muy pronto sería él de nuevo. Pero entonces se acordó de las palabras de Makoto:

Si algo sale mal estaré allí en un instante ¿vale?

—¿Y si sale bien?

—También.

En aquel momento sonrió a lo que su dulce novio le dijo pero ¿qué hubiera pasado si él se llega a presentar en el hospital? Ni siquiera había tenido el valor de decirle el día y tampoco el resultado de la operación. Mordió sus labios preguntándose cómo se había vuelto tan cobarde.

Se separó de su madre y mirándola a los ojos le declaró:

—Mamá, me gusta un chico.

Souweek 2019Donde viven las historias. Descúbrelo ahora