IV (loco)

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El teléfono sonó, sin quitar la mirada de la pantalla tomó la bocina y la llevó a su oído.

—Crímenes contra la salud– habló mientras leía un número de expediente para compararlo con otro en el papel que sostenía en su otra mano.

—Joaquín– del otro lado habló Sofi, la recepcionista —tu novio está aquí, corazón– Joaquín frunció el ceño, miró a su reloj de pulsera sin soltar la hoja que sostenía y se percató de la hora, había quedado de comer con Emilio en su descanso.

—Sofi, dile que ya bajo, muchas gracias– colgó la bocina y se levantó de la silla, apagó el monitor y trató de dejar los expedientes sobre su escritorio lo más ordenados posibles antes de dirigirse a los elevadores. Cuando las puertas de acero se abrieron su jefe apareció.

—Joaquín, justo venía a buscarlo– el aludido entró al elevador con expresión cuestionante —¿terminó de actualizar los expedientes que le di?– Joaquín asintió y presionó el botón de la planta baja.

—Justo les estaba dando una revisada, comandante, ya para terminar y empezar con los que siguen– contestó, mirando hacia arriba, muchas veces se sentía intimidado por su jefe, más cuando le veía con su uniforme completo y su periódico en las manos por las mañanas, o cuando hablaba fuerte con su voz grave, pero a ratos, cuando el comandante Valdés se quitaba la chaqueta y caminaba por la comisaría hablando con todos los oficiales como si fuesen amigos de años, llegaba a generarle cierta ternura, justo como su hijo Diego.

—Ya no hará falta, hijo, llegaron dos oficiales recién graduados y ellos podrán terminar lo que empezó– le dijo, Joaquín sonrió y asintió.

—¿Y ahora cuál será mi trabajo?– preguntó Joaquín justo al momento en el que las puertas del ascensor se abrían, miró hacia enfrente y vio a su novio sentado esperándole con su teléfono en las manos.

—Emilio– llamó su jefe, su novio levantó la cabeza y guardó el aparato en la bolsa de su chaqueta, se levantó y camino hacia ellos, que estaban saliendo del elevador, Emilio extendió su mano y el hombre la tomó para estrecharla —¿cómo estás, hijo?– preguntó, Joaquín caminó hacia su novio y le sonrió, recibiendo un guiño del rizado.

—Muy bien, comandante, feliz de sacar a mi bonito del horrible trabajo que tiene– se mofó sonriendo y rodeando a Joaquín por la cintura con un brazo, pasando su mirada de su novio al hombre, provocándole una sonrisa —¿cómo está la señora Badillo?– preguntó Emilio, el comandante abrió su sonrisa.

—Hermosa como siempre, Emilio, gracias por preguntar– le dijo en tono amable —los dejo para que Joaquín tome su descanso, cuando regreses te informo de tus nuevas actividades, Joaquín– le informó, Joaquín asintió y le sonrió —Emilio, un gusto saludarte– le dijo, extendiendo su mano de nuevo, Emilio la tomó con una sonrisa y volvieron a estrecharlas.

—El gusto siempre es mío– aseguró el rizado, el comandante volvió a los ascensores con una sonrisa en los labios y Emilio guió a Joaquín a la salida de la comisaría —¿cuáles nuevas actividades, amor?– preguntó Emilio abriendo la puerta y dejando pasar al chico, Joaquín le miró confundido y arqueó las cejas cuando tomó el hilo de la conversación pasada.

—El comandante me dijo que ya no iba a estar con lo de los expedientes– explicó mientras caminaban hacia el coche de Emilio —pero no me dijo qué haré– Emilio quitó el seguro de las puertas y entraron al vehículo.

—Con que no te ponga a trabajar con su hijo– murmuró Emilio con las cejas enarcadas Joaquín soltó una carcajada mientras se abrochaba el cinturón de seguridad —yo sólo digo– dijo, encendiendo el coche.

—Amor, nada que ver– aseguró Joaquín, Emilio espejeó y puso el coche en marcha, negó con la cabeza.

—¿Nada que ver? ese wey está enamorado de ti desde hace años, bonito– se burló, Joaquín soltó un suspiro divertido —se le nota, aparte me odia– aseguró, Joaquín se rió.

—No te odia, Emi– contestó Joaquín, mirando maniobrar a Emilio en el volante —y no me ama– aseguró. Emilio sonrió.

—Sí lo hace– le dijo, abriendo su brillante sonrisa —pero yo te amo más y te he amado más tiempo– aseguró, Joaquín asintió sonriéndole.

—Seis años– contestó con un fingido tono cansado, Emilio se rió y Joaquín le imitó —los mejores de mi vida– le dijo.

-

Joaquín entró a la comisaría con lentitud, camino hacia los ascensores pasando por el lugar de Sofi.

—Hola, Sofi ¿ya comiste?– preguntó alzando un poco la voz para que la mujer escuchara mientras él esperaba que se abrieran las puertas, el vestíbulo estaba vacío, la mujer asintió.

—Ya, Joaquín, gracias– contesto, dándole una sonrisa —por cierto– llamó, Joaquín volteo a verla —el comandante Valdés pidió verte, debe está en su oficina– le dijo, Joaquín enarcó las cejas.

—Oh, bien, iré a verlo– dijo encogiendo los hombros, las puertas del ascensor se abrieron —gracias, Sofi– agradeció entrando a la caja de metal, la mujer le dio una sonrisa y Joaquín apretó el botón del piso de su destino.

Caminó por el pasillo hasta la puerta de la oficina de su jefe, que estaba abierta, como siempre, tocó levemente con los nudillos y el hombre volteó a mirarle.

—Joaquín– murmuró, dejando frente a él en su escritorio una carpeta cerrada —pase, por favor– señaló una de las sillas frente a su escritorio, Joaquín obedeció y se sentó frente a él —tengo dos trabajos de los que quiero que tú te encargues– explicó, Joaquín asintió —pero obviamente solo puedo delegarte uno– le dijo girando los ojos, Joaquín sonrió —entonces tendrás que escoger– Joaquín frunció el ceño, nunca había escuchado de nadie que pudiera escoger su propia área —puedes estar en evidencias, ya sabes, recibiendo, clasificando, esas cosas– propuso, Joaquín asintió escuchando interesado —o te puedo enviar a campo con la cuadrilla– Joaquín abrió los ojos sorprendido, no era la primera vez que le ofrecían salir a las calles, y a pesar de llevar ya dos años fuera de la academia aún le aterraba hacerlo, sus épocas de patrullaje con Diego jamás le gustaron y se recriminaba muy seguido pensando en la ironía de un policía a quien le aterraba hacer cosas de policía, pero simplemente no encontraba satisfacción en recorrer las calles ni en las redadas ni en los arrestos.

Tocaron la puerta con avidez interrumpiendo la conversación y sus pensamientos, los dos hombres voltearon hacia la salida, Diego estaba ahí, mirando a su padre, con varias carpetas bajo el brazo, Joaquín llevó la mirada a su jefe, que miraba a su hijo con el ceño fruncido.

—Papá– habló Diego agitado —necesito hablar contigo– dijo aún sin entrar a la oficina.

—Diego, estoy ocupado– gruñó el comandante —además ¿de qué podríamos hablar que no pueda esperar a casa? ¿es esto importante?– cuestionó, Joaquín miró a su amigo, que aún no reparaba en él, Joaquín pudo notar como su mano se aferraba a los expedientes que sostenía.

—Esto es de trabajo– explicó el chico, el comandante soltó una exhalación cansada y con una mano hizo un gesto para que Diego entrara y le extendiera los expedientes, pero Diego solo entró —me gustaría hablar esto a solas, comandante– pidió el chico, el hombre rodó los ojos.

—Diego, acabas de interrumpir una conversación importante– enfatizó el hombre —¿qué quieres? yo no soy tu jefe ¿podrías hablarlo con Rivera?– Joaquín miró al chico, Diego no le devolvió la mirada y negó ante las preguntas de su padre, Joaquín se sintió fuera de lugar entre los dos hombres y se puso de pie.

—Yo espero afuera– murmuró Joaquín sin esperar a que su jefe contestará, no miró a Diego, se dirigió a la puerta y salió.

—Cierra la puerta, por favor– pidió Diego, Joaquín giró a ver al chico, el comandante le daba una mirada reprobatoria mientras recibía las carpetas de sus manos, Joaquín obedeció y tomó la puerta de vidrio templado y la jaló para cerrarla tras de sí —perdón, papá– escuchó a Diego murmurar —solo quiero que veas esas fotos y me digas que no me estoy volviendo loco– dijo justo antes de que Joaquín cerrará la puerta por completo.




°°°°°°°°°°aaaaaaa keestapasanda

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Carnada (Emiliaco)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora