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Ahí estaba él bajando de su viejo y destartalado coche. Levanto la mano y la sacudo fuerte en el aire haciendo señas de que estoy aquí, sentada en el verde pasto del parque.

La luz del sol me da en los ojos y me encandila por un momento. En esta hermosa tarde primaveral, una leve brisa sacude los árboles de cerezos florecidos y cientos de pequeños pétalos de flores caen a mí alrededor.

Sonríe al verme, cierra la puerta, y luego se acerca caminando con calma hacia donde estoy. Se siente como si se moviera en cámara lenta, avanzando paso tras paso hacia mí. Sin poder evitarlo, yo también sonrío. De repente me siento tímida, como si él pudiese ver a través de mí.

Ahora está aquí y se sienta a mi lado. Su cuerpo se estira sobre la hierba, sus fuertes brazos soportan el peso de su cuerpo cuando se inclina hacia atrás. El cabello castaño como el chocolate es reflejado por el sol y por poco parece color oro. Imito su posición, recostándome sobre mis brazos y nuestros rostros quedan a la misma altura. Gira el rostro y me mira. Sonríe.

"Hola." saluda.

Los nervios apenas me permiten responderle un suave hola que dudo que haya oído. Le recorre un escalofrío cuando otra vez se levanta un leve viento que sacude las copas de los árboles. Se encoge dentro de su chaqueta y la abrocha hasta el cuello.

"¿Vamos? Ya va siendo hora de que anochezca." Asiento y me paro lentamente. El suelo está desnivelado y al no pisar firmemente me caigo hasta quedar de nuevo sentada en el pasto. Ya ha comenzado a alejarse hacia un costado del camino y está muy alejado como para haber visto mi torpeza. Me levanto de nuevo rápido y troto hasta alcanzarlo.

Cuando finalmente me logro acercar, ya había empezado a hablar. Llego a la mitad de alguna anécdota sobre una clase en la universidad. Ni siquiera se dio cuenta que no estaba a su lado, pero tampoco me sorprende mucho ya que siempre camino un par de pasos detrás de él para observar desde atrás la forma en que su cuerpo se mueve. Su tranquilo caminar y la manera en que coloca las manos en los bolsillos, para parecer despreocupado aunque no lo sea.

El sol se está poniendo y los rosados, naranjas y violetas del anochecer adornan el cielo por encima de nosotros. La gran cantidad de árboles que se encuentran en los costados del camino y entre el verde pasto nos cubre mucho del paisaje. Aquí, el aire es más fresco y la noche pareciera más avanzada de lo que en realidad es. La atemporalidad del lugar permite que el ambiente sea más cómodo y acogedor. Perfecto para una caminata ligera como esta.

No sé hasta dónde planea que caminemos, y a pesar del cansancio que siento, tampoco seré yo quien decida terminar este paseo antes de tiempo.

Pronto, quizás más pronto de lo que esperaba, cambia de dirección y se sale del camino. Comienza a caminar por el pasto en dirección a los altos árboles que bordean el lugar. Se mete entre ellos y sigue avanzando, sin dudar en un solo paso; yo por otro lado, tengo dificultades para mantener el ritmo y mantenerme pegada por detrás.

Sé a dónde estamos yendo, y me encanta que sea él quien haya tenido la iniciativa de traerme hacia aquí.

El musgo apenas si está aplastado más allá de los lugares en los que claramente nosotros pisamos. Los grillos cantan su famosa melodía en el fondo y algunos insectos vuelan alrededor. El aire se siente más denso por la humedad a medida que nos adentramos en un pequeño bosque y cada vez se siente un poco más fresco que hace unos minutos.

Algunas ramitas tiradas en el suelo crujen en cuanto las pisa, pero al pasar yo ya no emiten chasquidos. Su chaqueta está ahora sucia con una tela de araña tejida entre dos troncos de árboles que antes no estaban ahí y parece no haberla visto hasta el momento en que se la chocó.

Más alláDonde viven las historias. Descúbrelo ahora