Primer Acto: William.
En esta primera parte he decidido hablar de William Kretschner, un famoso psicoanalista que trabaja junto conmigo en el mismo hospital, además de dar su propia consulta por fuera cuando se le da la gana; y eso es porque está aburrido, o porque está haciendo terapia a algún paciente importante. Will es mi mejor amigo, me recibió de forma cálida y amistosa desde que entré a trabajar en el hospital Holy Cross, en Chicago, mi ciudad natal. Pero esta historia no se trata sobre nuestras vidas en pareja o nuestras familias o trayectorias como médicos exitosos, cada uno en su propio rubro, claro está. Recientemente fue promovido a ser el jefe del departamento de psiquiatría del hospital, lo que le da cierto estatus en el nosocomio; incluso las enfermeras y otros médicos le miran con más respeto.
Como decía, Will nació en Nueva York y estudió en Boston, incluso su doctorado en Psicoanálisis en el Boston Graduate School of Psychoanalysis. Se mudó a Chicago casi por capricho personal, aún a pesar de que su familia insistía en que volviera a Nueva York, ruegos que tuvieron que cesar cuando supieron que Will había conseguido trabajo en el Holy Cross Hospital y ya que la ciudad de Chicago es conocida como un centro médico, no tuvieron más remedio que apoyarlo. El buen Will es un bisexual con más preferencia gay que hetero, pero si encuentra una chica que capture sus ojos o sus oídos es capaz de enredarse con ella; y aunque no lo parezca, tiene una “relación estable” desde hace algún tiempo.
Conoció a Janet Hathaway casi por accidente en un bar, una noche en la que él se sentía con suerte; o eso me dijo a mí. El punto es que, Janet y él tuvieron una química envidiable casi desde el principio, tan es así que llevan casi seis años juntos. Ella es una pintora reconocida que suele viajar bastante por todo el territorio del país y algunas ciudades europeas para montar exposiciones con su obra y a entrevistas; trabaja también en una revista de arte, por lo que eso también le sirve como pretexto para viajar; y no es que eso le moleste a mi amigo, para nada, al contrario. En sus palabras: «nos da más libertad de experimentar, para poder mejorar el disfrute sexual que tenemos cuando estamos juntos…»; es decir, Janet y él tienen una relación completamente abierta, en la que ambos pueden buscarse con quién tener una aventura apasionada y dar rienda suelta a su pasión y sus fantasías más salvajes para después reunirse y contárselo todo mientras hacen el amor. Will dice que eso los hace llegar a un orgasmo casi explosivo juntos, por lo que es una práctica que no pretenden dejar; lo mismo sucede con los tríos que han realizado en la intimidad de su apartamento tanto con un tercero como con una tercera.
Además que no tienen planeado casarse y formar una familia, pese a las súplicas de las familias de ambos, quienes evidentemente no saben el tipo de relación que sostienen entre sí. La familia de Will es protestante, pero muy religiosa; y la de Janet es católica, su madre es una mujer obsesiva con la idea de que la mujer debe formar una familia porque es un regalo que Dios les ha dado a ellas para preservar la especie. Cada vez que William me cuenta esto es con una cínica sonrisa dibujada en el rostro, presumiendo que no es por mala fe, pero el sueño de ser abuelos de sus padres y los de Janet no va a cumplirse mientras ellos sigan juntos. No puedo evitar sentirme envidioso de esta situación, pero ya tendré la oportunidad de explicar el motivo de ese sentimiento.
Will tiene un lujoso apartamento en Southside, y suele utilizarlo únicamente cuando Janet está en casa; cuando ella sale de viaje él suele rotar de un hotel a otro o en casa del acostón en turno. Esas charlas en Red Snapper los viernes en la noche, saliendo del hospital, resumen todas las aventuras de mi amigo en torno a una pizza y cervezas; puedo pasar horas escuchándolo contarme todo lo que hace, es tan detallista al momento de narrar sus experiencias sexuales que me hace fantasear con tener lo mismo, si no de igual manera, al menos en parte.
Mi amigo tiene mucho porte; es alto, mide poco más de 6 pies, de espalda ancha y pecho amplio y de músculos definidos ya que practica natación de vez en cuando, cuando era joven la practicaba con mayor regularidad; ojos azules, nariz recta, labios anchos, mentón partido, cabello negro con algunas canas que, según él, le hacen ver más interesante. Su presencia es poderosa y a donde quiera que vamos logra atraer miradas tanto de mujeres como de hombres que de una u otra manera terminan acercándose a buscar un momento con él; vamos, es un cabrón con muchísima suerte y con todo para hacer sus fantasías realidad. Inteligente, sus charlas suelen envolver y fascinar a quien le escucha; sin importar de qué mierda hable, incluso puede fascinar a una chica hablando de béisbol.
Recuerdo una ocasión en que fuimos a un bar en el centro, estábamos con ganas de divertirnos y olvidar lo estresante que había sido esa semana en el hospital; había un grupo de chicas que charlaban animadas en un rincón del lugar, había una en particular que era evidentemente la “popular” del grupo, todas escuchaban sus comentarios y reían de sus malos chistes sin entornar los ojos, además de ser la chica que más miradas atraía de quienes nos encontrábamos ahí esa noche, y cuando lo notaba nos dirigía una mirada llena de molestia; los muchachos que se animaron a acercarse a ella fueron bateados con lujo de arrogancia por parte de la chica. Will la observó unos cuantos minutos y me dijo:
—Te apuesto lo que quieras a que esa chica con mirada de fiera termina a mis pies en máximo treinta minutos —sentenció sin dejar de mirarla.
Lo miré estupefacto, me parecía increíble que una chica con esa actitud tan fuerte pudiera terminar a los pies de cualquiera; no que yo creyera que William fuera cualquiera, pero dudaba que un cuarentón pudiera hacer que esa chica terminara a “sus pies”. Sonreí divertido y le animé a hacerlo, si lo lograba terminaría escuchando una narración interesante.
—Vale, treinta minutos y contando —dije revisando la hora en mi reloj de pulso.
Se levantó con ese aire de autosuficiencia que solía caracterizarlo en esta clase de ocasiones y avanzó en el lugar hasta llegar a la mesa en donde el grupo conversaba entre carcajadas. Le vi acercarse a la chica en cuestión y la vi sonreír de una forma diferente, era una sonrisa que flirteaba con mi amigo, asintió y se cambió a otra mesa con Will. Conversaron durante unos minutos y antes de que diera la media hora que él había fijado estaban retirándose del lugar. Antes de salir me guiñó un ojo y levantó su pulgar en señal de éxito. No pude evitar sentir envidia de ese magnetismo natural tan suyo.
Le había visto hacer cosas similares en más de una ocasión; incluso solía retarlo a seducir gente que yo consideraba inaccesible o inflexible, y de cada 10 retos que le hice logró completar 8. De los dos que no logró una chica era lesbiana, y el otro era menor de edad siendo él quien se negó a seguir con el juego. Si bien es un tipo libre, no es uno que yo sienta capaz de quebrar algunos principios éticos, y ese era mi nuevo reto…
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La apuesta
General FictionWilliam es un psicoanalista de cuarenta años, guapo y exitoso y está en la cúspide de su carrera cuando Walter, su mejor amigo, un proctólogo de treinta y seis años decide hacer una apuesta con él: romper su código ético y obtener sexo ilegal con su...