Tercer Acto: "La apuesta"

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Tercer Acto: “La apuesta”

Estábamos a mediados de septiembre, justo cuando el clima comienza a volverse más frío y a mí me dan más ganas de andarme acostando por ahí. Justo cerca de la fecha de cumpleaños de mi madre: el 17 de septiembre. Utilizaría esa fecha como arranque para mi apuestita, lo tenía ya todo calculado; el 15 de septiembre caía miércoles, día en que invitaría a Will a comernos una pizza y cervezas después del trabajo en Red Snapper, el negocio de un amigo mío de la preparatoria: Giorgio Marazzi, descendiente de inmigrantes italianos. Justamente el negocio de Giorgio quedaba cerca del hospital donde trabajamos, y suele ser nuestro lugar de refugio cuando no tenemos ánimo de ir más lejos y queremos hablar de un día pesado en el hospital, o contarnos nuestras más “enfermas” fantasías. Había veces que Giorgio nos hacía favor de hacer reuniones en las que siempre había sexo de por medio, y solía prestarnos su casa para desfogar nuestra calentura. Ahí sería el lugar en que le planteara a William mi apuesta, un mes entero de sexo; pero no de cualquier forma.

No podía aguantar la ansiedad que me generaba imaginar aquella expresión desconcertada en el rostro de Will, que estaba seguro que pasaría a un rostro lascivo, de sonrisa retorcida y mirada pervertida. Sabía que aceptaría, estaba seguro, y Giorgio sería fiel testigo de todo lo que contaríamos en su negocio. Estaba seguro que sería más que interesante el resultado, ya podía imaginarlo y saboreármelo. Ansiaba escuchar aquellas narraciones que Will haría de sus experiencias sexuales durante este intenso mes de apuesta.

No fue difícil convencer a William de acompañarme a cenar en Red Snapper después del trabajo; los miércoles solían ser pesados, tanto que muchas veces nos escondíamos ahí por algunas horas y por alguna cosa del destino terminábamos de vuelta en el hospital atendiendo a alguien. Quedé de verme con él ahí, yo saldría cerca de las siete y media, así que me daría tiempo de beberme una cerveza y comer botana en lo que William me alcanzaba ahí. Giorgio parecía ansioso de escuchar lo que tenía que proponerle a Will, me conocía desde la preparatoria, y sabía que poco me importaban los cánones sociales y las normas religiosas pseudomoralistas. Me miraba de forma suplicante, esperando que le adelantara algunos detalles del juego que me traía entre manos.

—Ya te dije que tendrás que esperar a que William llegue, Giorgio —dije hartándome de su muda insistencia.

—Eres injusto Walt, quiero saber qué te traes porque, por la cara que traes, se ve que será bueno, y me jode poner mi cara de sorpresa para que tu amigo se burle de mi estupidez, como él la llama —suplicó por fin, verbalizando todas sus expresiones.

—Tienes dos opciones Giorgio —dije levantando mi lata de cerveza a modo de brindis—; te desapareces cuando le diga a William y ya te explico después, o te tragas ese jodido orgullo tuyo que te hace pensar que el buen Will se burla de ti por estúpido, él jamás te ha llamado así, lo haces tú sin su ayuda —finalicé llevándome la lata a la boca para seguir bebiendo.

Pude escucharle proferir maldiciones mientras volvía a la cocina del restaurante de pizza que mi amigo había heredado de su familia. No pude evitar sonreír al escucharlo, sabía que olvidaría todo cuando comenzara a escuchar los detalles de la apuesta que había planeado para este mes. Cerca de las ocho y media llegó mi amigo y cómplice de andadas. Lucía agotado y fastidiado, nada más llegó y pidió una cerveza y me apuró a pedir algo para comer, le pedí a Giorgio lo de siempre: pizza de peperoni con extra queso y me dediqué a mirar la curiosidad entremezclada con fastidio en el rostro de Will.

—Bueno, tú dirás —dijo finalmente, una vez que su cerveza llegó a la mesa—. Me has citad aquí porque tienes algo qué decirme, ¿no? —continuó tras un par de sorbos—. Pues, dispara de una vez.

—Es bueno saber que estás de ánimo, amigo mío —celebré divertido—.  Lo que tengo que proponerte es una sencilla apuesta; como sabes, una vez que las lluvias se hacen más baja la temperatura y a mí me gusta mantenerme caliente —dije entre carcajadas. Le miré arquear una ceja y sonreír de forma retorcida mientras asentía en silencio—. Pues bueno, ¿qué te parece que apostemos 10 grandes a quién de nosotros puede obtener más sexo en el trabajo en un mes?

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