2. La Luna y las estrellas me dejaron verte.

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Las calles estaban inundadas por personas honrando la llegada del general a una de las ciudades en la provincia más alejada del reino. Esta era conocida más por sus telas coloridas, y por sus personas amables y devotas a los dioses.

— Ah. — Soltó un suspiró una de las amigas betas, Kyla, con la que llevaba cantaros de agua para unos barriles que pronto serían llevados para sus hogares halados por carretas.

— Es tan... — Nephthys rodó los ojos.

— No deberías buscarlo con tu mirada llena de perversión. Los dioses te castigaran. — Le decía Nephthys queriendo reír.

Por eso ella no levantaba su mirada, demostraba su respeto al igual que el resto, pero evitaba ver a los soldados a los ojos para que no descubrieran su secreto, porque le parecía que lo descubrirían al instante.

— Los dioses saben que no tengo intenciones impuras. — Decía Kyla riendo.

— Al menos no con los soldados. — Reía sin evitar centrar su mirada en aquella encarnación de un dios, porque estaba segura que lo era. Su aura lo decía, las mujeres se derretían con su mirada, y los hombres se arrodillaban a su paso.

— Vayámonos ya. Tenemos que regresar a casa antes de que la Luna se ponga en lo alto del cielo. Y mamá va enojarse conmigo si no nos apuramos. — Su amiga beta asintió dejando de fantasear con aquel general. El regente más honorable de la nación.

Cuando regresaron a los barriles su madre las vio con desaprobación.

— No se tarden tanto, hay que apurarnos a llenar los barriles y regresar pronto, tal vez tu padre tiene mucho trabajo en la posada. — Nephthys sonrió.

— Tranquila mamá. Quizá los mozos estén ayudándole. — Su hija tenía razón, pero eso no le aseguraba que pudiera estar atendiendo de manera adecuada a los soldados del ejército.

— Yo creo que algunos van a quedarse aquí a acampar. — Decía Kyla caminando con una sonrisa en el rostro.

— ¿Cómo lo sabes? —

— Los vi salir y alejarse de la muchedumbre. — Decía Kyla con una sonrisa.

— Apurémonos para terminar esto. Aunque ve a traer más cuencos, cardamomo y cúrcuma, la otra semana será el cumpleaños del general y debemos dar nuestros respetos a los dioses. — Su hija frunció el ceño.

— Pensé que teníamos todo en casa. —

— No está de más prevenir, que el sol te ampare y haga que muevas tus pies más rápido. — Nephthys asintió con una sonrisa.

— Iré con ella. — Le decía Kyla yendo a dejar lo más rápido que pudo su cántaro con agua y siguiendo a Nephthys quién también tenía el rostro cubierto por un velo más oscuro que el resto de betas. Porque las mujeres podían andar sin velo, pero los preferían para cubrirse del sol así como los hombres.

— No se tarden. — Ambas apuraron sus pasos.

— ¿Podemos ir? — Nephthys sabía lo que su amiga quería y ella no pensaba desobedecer a su madre. Unas calles más y llegaría al mercado de especias.

— La anciana de las especias va a cerrar y pronto será de noche. — Negaba pues la Luna estaba ya en el cielo, pero aún el sol se dejaba ver entre los montículos de las montañas y el desierto.

— Anda sé que va gustarte, además nosotras nunca desobedecemos. Vamos. — Casi la arrastró hacia donde sabía que estaban los soldados.

Kyla detuvo su camino al ver que el lugar en el que acampaban estaba custodiado por unos cuantos soldados, pero fue más inteligente y guió a su amiga cerca de unos matorrales desde donde pretendía detallar las facciones de un hombre que seguramente en otra vida había sido un dios.

Mi Paraíso Contigo. © Donde viven las historias. Descúbrelo ahora