Prólogo.

594 22 0
                                    

-¿Qué haces? Eso no va ahí. Presta más antención cuando te hablo o te despediré.

-Lo siento.-Dije, coloqué el juguete en otra estantería mientras mi jefa, Karen, se escondía en el almacén.

Definitivamente Karen no tenía un buen día. Seguramente porque hacía como un mes que nadie entraba en la vieja tienda de juguetes.

Yo era la encargada de reponer, colocar y limpiar los juguetes y también de atender a los pocos clientes que venían, mi jefa solo se encerraba en el almacén y hacía numeros, seguramente para averiguar como pagar a su sobrina, es decir yo, cuándo casi no ganaba ni para pagar las facturas.

Era realmente raro que la gente entrara en este sombrío lugar, es un almacen con muy puca luz natural, la única ventana que daba al exterior era la del único escaparate y como mostraba juguetes, poca de esa luz entraba en el lugar.

Mi tía se desesperaba y cuando terminaba mi turno y pasaba a verla siempre la encontraba sentada en su silla, apoyando sus codos en la mesa y agarrandose la cabeza, su pelo negro, que llevaba normalmente recogido en un moño, la hacía parecer más mayor y sólo tenia 35 años, sus gafas escondían sus ojos marron intenso, y su ropa de estilo monja no hacía otra cosa que ayudar a su moño a aparentar más edad.

-Me tengo que ir tía, y ya te lo he dicho; no hace falta que cobre este mes.

-Siento lo de antes Selena, sabes que no te despediría ¿verdad?

-Lo sé. No te preocupes y ve a casa. Necesitas descansar. Mañana te veo.

-Adios y gracias por todo.

Asentí, recogí mis cosas del sofá que estaba en el almacén y me dirigí a la puerta para girar el cartel que decía "abierto" para mostrar "cerrado", una vez dado la vuelta salí de la tienda.

De camino a casa le di vueltas al porqué nadie entraría y recordé que abrieron una tienda de juguetes nuevos, los nuestros eran antiguos en su mayoría o de segunda mano, y me deprimió un poco. Era normal que mi tía estuviera así pero no podía permitirlo, no era bueno para ella.

Decidí que debería darle alguna idea para reformar el lugar, para hacerlo más agradable a la vista ya que desde fuera solo estaba aún peor, al cartel le faltaban letras y las que estaban no se leían demasiado bien, ya fuese por el agua, la suciedad o por que directamente estaban pintadas en la madera, lo que facilitaba que se borrase.

Sin darme cuenta ya casí había subido la gran cuesta que me separaba de mi casa y había llegado al parque de al lado, algo me llamó la atención pero no fue en el parque.

Había alguien al que no conocía en el barrio y parecía perdido.

Era un chico moreno con el pelo perfectamente despeinado, alto, pero alto como una torre, y con unos músculos que hicieron que me parara a observarlos. Una vez que recuperé el control seguí caminando y crucé la carretera para entrar en mi portal, sin fijarme en que el chico venía detrás de mi, hasta que me habló.

-Perdona, ¿podrías decirme dónde queda éste bloque?

Busqué las llaves en mi mochila negra mientras escuchaba al chico y miraba de reojo aquellos músculos tan perfectos que se marcaban en su camisa de manga corta, cuando las encontré miré sus ojos dispuesta a contestarle, pero no pude. Sus ojos azules me hicieron permanecer callada y aún empeoró cuando le ví la sonrisa amable y tan dulce...¡Por favor! éste chico debía haber salido de un catálogo de ropa interior, seguro. No podía ser más perfecto.

Al ver que no podía hablar se preocupó y yo no lo mejoré cuando al intentar hablar solo sonaban ruidos extraños.

-Perdón, no sabía que fueras muda, lo siento, pero ¿podrías indicarme por dónde seguir?

No pude aguantar la carcajada que salió de mi garganta. El chico me miró confuso.

-No estoy muda, sólo me pillaste por sorpresa.

El chico se sonrojó y terminó riendo también.

-¿Podrías...?

-Claro, déjame ver.

Cogí el papel y le dí mil vueltas a la cabeza para saber a cual se refería. Me sonaba mucho la calle, pero no sabía de qué. Cuando por fin recordé dónde estaba y volví a mirar al chico me encontré con su mirada clavada en mí y una sonrisa divertida en su rostro.

-¿Qué ocurre?

-Nada es sólo...¿Dónde es?

-Es en la siguiente calle que sale por la derecha, creo que el tercer edificio si no recuerdo mal.

-Muchas gracias, hasta otra.

El chico seguía sonriendo y mirando para atrás a la vez que seguía su camino.

Introduje las llaves en la cerradura y subí en el ascensor, pintado con graffittis en el techo, hasta el tercer piso. Me miré en el espejo para ver si tenía algo en la cara al recordar que ese chico se había reído mientras me miraba, pero no ví nada. Salí del ascensor algo frustrada y despistada por lo que me choqué con alguien. Al subir la cabeza para ver quien era me sorprendí al ver a Aaron, mi novio. Su pelo rubio estaba, como siempre, terminado en punta, y sus ojos verdes me miraban con amor.

-¿Qué haces aquí? Son las tres de la tarde.

-¿No puede un chico venir a ver a su novia?

-No si la chica no ha llegado aún a casa.- Dije en tono juguetón.

-Quizá es por que quería darle una sorpresa pero se ha retrasado media hora.- Dijo él casi susurrando mientras la puerta del ascensor se cerraba y me apoyaba en ella.

-¿Media hora? ¿Tan mal lo pasas sin verme?

-Bueno...digamos que tenía ganas de verte.

Nuestros labios se fundieron en un largo beso que de no ser porque estabamos en el pasillo y que aún era virgen, seguramente habría acabado en otro lugar, como en mi cama. Pero también estaba el problema de que vivía con mis padres y mi hermana y que seguramente seguirían en casa.

Era verano por lo que ni Aaron, ni Estella(mi hermana), ni yo estabamos en clase. Mis padres tendrían sus vacaciones de enamorados en unos pocos días si no se habían adelantado, y Ella, como llamo a mi hermana para acortar, y yo estaríamos solas en casa, que ganas.

Cuando el beso terminó ninguno quería separarse pero una voz desde mi casa me alertó de que alguien iba a abrir la puerta, Aaron me dió un último beso y se separó para ponerse a mi lado y tomarme de la mano.

No me confundía, mi madre abrió la puerta.

-¿Ves Estella? Lena ha llegado.- Le gritó mi madre a mi hermana que seguramente estaría escuchando música en su habitación.-¿Qué tal el día, cariño?

-Algo deprimente, ya sabes.

-Hola señora.- Dijo Aaron para picar a mi madre, odiaba que la llamaran señora, le parecía de viejos. No se llevaban demasiado bien.

-Hola Aaron. Pasád y no os quedéis ahí.- Respondió mi madre con una sonrisa falsa en la cara. Definitivamente odiaba a Aaron. Y no lo entiendo, es el chico que todas las madres quieren para sus hijas; listo, educado, romántico, ¿qué mas quiere?

Entramos en casa y dejé las cosas en mi habitación.

-¿Has comido, cari?

-No, me moría por venir a verte y se me pasó.

-Que cosas tan bonitas me dices, pero calla o me saldrán coloretes.

Los dos sonreímos por mi tono juguetón y tiré de la camisa azul de Aaron hacia mi, cerró la puerta con el pie y nos besamos.

-¿Sabes?

-Sorpréndeme.- Me dijo en el mismo tono juguetón que había empleado yo.

-No me cansaría nunca de esto.

-¿De qué?- Preguntó haciendo que no entendía.

-Ésto, idiota.

Volvimos a besarnos y fuimos de nuevo interrumpidos por la voz de mi madre reclamándonos para comer, seguro que ya sabía que Aaron se quedaba.

Mi mundo, mi caos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora