Los Caídos #2- Elementales

34. Makarius

Makarius

Incontables fueron las veces en que mi padre, un demonio muy malhumorado, le pidió a mi madre que me dejase ir con él. Su objetivo era que yo fuese poderoso e imponente porque quería que conquistara todo a mi paso. De pequeño, siempre me pregunté porque mi padre me escogería a mí para una misión tan importante como aquella, considerando que me sentía un humano como cualquier otro. Sin embargo, era por esa misma razón que yo podía hacer lo que él no: al ser mitad humano, podía permanecer todo el tiempo que quisiese en el plano terrenal, cosa que los demonios no pueden hacer.

Yo le era completamente fiel a mi padre y, también, a sus creencias. Haría lo posible por ayudarle, incluso si eso significaba alejar a mi madre por siempre de mi vida. La amaba mucho; lo suficiente como para dejarla ir después de lo que pasó.

Mi padre me corrompió de la peor manera que podía existir: matando a personas al absorber sus almas. De esta manera, yo podría comenzar a adquirir todo el poder que él me prometió y una vez que comencé, no pude detenerme.

Debido a esto, las personas me temían y no solo los humanos comunes y corrientes, sino que brujas y elementales. Ellos intentaron asesinarme, pero no pudieron, ya que me alimentaba de la misma energía que les permitía ocupar sus poderes. Por poco destruí esta ciudad y no me arrepiento, pero fueron esos débiles nefilim —mitad ángel, mitad humanos— los que se interpusieron en mi camino.

Aquí es donde pienso que somos totalmente diferentes en todos los aspectos, pero hay algo en lo que no diferimos: el propósito y la justificación detrás de nuestras acciones. Ellos protegen a su gente a toda costa y más aún a los humanos; yo a los míos; pero lo que nadie sabe es que me importan los humanos tanto como a ellos, a pesar de que maté a muchos. Mi madre era humana, así que lo llevo arraigado en mi sangre y así como le era fiel a mi padre, lo era a mi madre

Aun así, jamás mencioné nada de esto a mi padre porque sería una decepción para él y, considerando que es el único familiar que me queda, no quería perderlo por nada del mundo.

En fin, hace muchos años —cuando casi destruí la ciudad— toda la comunidad sobrenatural, incluidos los nefilim, se aliaron contra mí y me dejaron por siempre entre la vida y la muerte. Sin embargo, a pesar de que no pudieron matarme, lo que esos seres me hicieron fue lo peor que pudo pasarme. Estuve encerrado por cientos de años luego de la muerte de mi madre, ya que mi padre me obligó a ir con él a las tinieblas y ni siquiera eso fue tan terrible como el infierno personalizado que crearon para mí.

De todos modos, creyeron encerrarme para siempre, pero lo que no sabían era que yo seguía alimentándome de las grandes energías que emanaban todos esos seres sobrenaturales. Además, cada día me volvía un poco más loco porque estar entre la vida y la muerte no es de chiste.

No fue hasta ahora que hubo una gran explosión de energía que me despertó de inmediato. No sabía de qué se trataba, pero si fue lo suficientemente poderosa como para despertarme ha de ser realmente importante.

Cuando desperté, me sorprendí al ver que estaba dentro de un ataúd. Esos despreciables seres habían tenido el descaro de dejarme en este horrible ataúd. Lo que es peor, estaba todo completamente oscuro y, a pesar de que no se me dificultaba ver en la oscuridad, ahora me estaba costando un poco porque me sentía débil.

Caminé sin rumbo alguno por aquellos túneles hasta que vi una antigua y fea escalera de cemento. Al salir, me topé con un enorme y hermoso bosque bañado de oscuridad infinita. Anduve por él hasta que me topé con un chico que estaba sentado, con sus ojos cerrados, bajo un árbol.

— Hola, joven, ¿puede ayudarme? — dije intentando parecer amable.

El chico me miró sorprendido y asustado a la vez. Miró mi harapienta ropa e hizo una mueca porque, para ser sinceros, era muy vieja y fea; en cambio, la de él lucía de una manera muy futurista para mi gusto.