Capítulo 9:

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Era un día lluvioso, el cielo estaba completamente cerrado, aquellas esponjosas y oscuras nubes no dejaban que el resplandor del sol llenara la tierra, pero si la cubrían con el agua que le daría vida a los alimentos que crecían de ella.

Un pequeño niño castaño sonrió desde el pórtico de su casa mientras miraba la lluvia caer.

- Mason, aléjate de la ventana, no me gusta que estés ahí – la voz autoritaria de su madre lo hizo salir de su posición y corrió dentro de la casa.

Sacudió el polvo de su pequeño trajecito gris y corrió hacia donde había escuchado a su madre. La mujer al verle le sonrió con los labios temblando y le indicó que se sentara en sus piernas. Ella comenzó a peinarlo con su mano para bajar el volumen de su cabello sobre su frente y la escuchaba murmurar molesta cuando algunos cabellos se salían dejando visible aquello que la mujer tanto deseaba ocultar, pero el niño sabía que era lo que molestaba a su madre. En su frente había una marca de nacimiento, la marca de los brujos, o al menos eso había dicho su padre antes de irse abandonándolos. Su madre tuvo que hacerse cargo de ellos tres sola, pues, él no era el único niño allí.

El rechinido de la puerta hizo que la mujer levantara la cabeza rápidamente, como esperando que algo malo les fuera a saltar encima de repente, pero su cuerpo se relajó al ver que solo era su otra hija.

- Mabel...te he dicho que no me des esos sustos – la niña soltó una leve carcajada para luego disculparse.

- mira mami, la señora María me dio esto por ir a lavar sus telas – dijo mostrándole dos pequeñas monedas de bronce con ilusión.

La mujer se levantó dejando a Mason a un lado y abrazó a su hija. Para no exponer a su hijo menor, durante trece años habían tenido que ocultarse viviendo de una forma muy precaria, haciendo pequeños encargos para sobrevivir y recientemente, la mayor de los gemelos había comenzado a salir a trabajar también.

- es muy bueno hija, gracias por tu ayuda – le sonrió dulcemente mientras tomaba las monedas, aquellas servirían para la cena.

La niña apenas se vio libre de los brazos de su madre, corrió hacia su hermano casi derribándolo del abrazo que le dio. Ambos se tomaron de las manos y comenzaron a hacer una ronda en silencio, no podían hablar muy alto, su madre les había dicho que si lo hacían, podrían escucharlos desde fuera. Y es que en aquel lugar no podían confiar en nadie.

Luego del nacimiento de los mellizos y el abandono del padre, la mujer se había embarcado con las pocas cosas que tenía hacia el nuevo mundo, buscando una mejor vida, pero solo habían caído en un peligro mayor.

En la pequeña comunidad, se creía con fuerza que había presencia de brujas y brujos. Era tal el miedo, que no dudaban en asesinar a alguien a la primera sospecha de ser, distinto. Incluso había presenciado como colgaban a una niña solo por haber nacido con los ojos de un verde muy claro.

Al día siguiente, la mujer debía salir al mercado a buscar alimentos para ellos con el poco dinero que habían logrado juntar entre ambas aquella semana, les dijo a los niños que se quedaran en casa y que no salieran ni le abrieran la puerta a nadie, les dio un beso en la mejilla a casa uno y salió.

- Wow Mason, mira qué día más lindo – dijo la niña mirando por la ventana, la lluvia del día anterior había desaparecido y no habían nubes en el cielo. Era un día hermoso en verdad – vamos a jugar afuera.

- pero mamá dijo que no saliéramos – contestó el niño tímidamente.

- nadie nos verá, nunca has salido de casa hermanito, por favor, es muy bonito allí – suplicó.

Mason no estaba seguro de aquello, sabe el peligro que representa salir, pero también, quiere conocer como es el exterior en lugar de solo verlo por su pequeña ventana. Si solo rompía las reglas una vez, no sucedería nada malo, pensó y acabó aceptando a la petición de su hermana gemela.

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