5. Mi única dirección

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Froid probablemente nunca se había sentido más avergonzado en toda su vida, así que trató de disimular cuando Chaud—subido encima de la pequeña tarima del restaurante, usando una falda hecha con grandes hojas verdes de palmera sobre sus bermudas color beige y sosteniendo un micrófono mientras cantaba alguna vieja canción de Elvis Presley—lo señaló con su dedo índice, medio tambaleándose entre el par de artistas sobre el escenario que lo observaban con diversión.

Froid escondió su rostro detrás de su copa de vino, bebiéndola de un solo sorbo, cuando varias personas empezaron a mirar en su dirección, evidentemente divertidas por el espectáculo que su ebrio esposo les estaba brindando.

Cuando se cansó de que Chaud se ridiculizara a sí mismo, se levantó de la mesa y caminó hasta la tarima. Les regaló a los músicos una sonrisa acompañada de un bajo "lo siento" y tiró de la mano de Chaud hasta que éste bajó a tropezones del escenario.

Chaud todavía estaba tarareando en voz baja y causando la risa de los presentes cuando Froid lo arrastró fuera del restaurante, quitándole la falda antes y se encaminó hacia el vestíbulo. Intentó mantenerlo a su lado para evitar que tropezara más, pero Chaud fue más rápido, poniéndose detrás suyo y abrazándolo por la cintura mientras depositaba cortos besos en su mejilla.

Froid estaba empezando a sonrojarse violentamente, sobre todo porque eran pasadas las once de la noche y el vestíbulo todavía estaba bastante lleno de personas, pero se sintió un poco menos cohibido cuando se dio cuenta de que un par de ellas le estaban dando ligeras miradas enternecidas. Incluso una joven pareja asiática soltó un bajo aigoo seguido de suaves risas.

Froid no tenía ni puta idea de qué significaba, pero ahí estaba sonriendo de vuelta tan amablemente como le fue posible.

Logró meterse en el ascensor y presionar el botón correspondiente a su piso, a pesar de que Chaud seguía pegado a su espalda y parecía haber reencarnado en un ternero recién nacido que no podía dar dos pasos sin tropezarse después.

Una vez dentro del ascensor, Froid intentó escurrirse del abrazo del castaño, pero Chaud se lo impidió, abrazándolo todavía más fuerte mientras se quejaba entre murmullos.

—Chaud, te voy a patear las bolas si no me sueltas ahora.

Contrario a lo que esperaba, Chaud no se movió ni un centímetro. Al contrario, enterró su rostro en su nuca y continuó murmurando.

Froid luchó un poco más, sintiendo más que nunca la desventaja de no ir al gimnasio cada vez que el mayor se lo pedía, cuando no logró deshacerse de su agarre. Se resignó a caminar con cuidado hasta la habitación, introduciendo la tarjeta en la cerradura y adentrándose en ella. Iba a darse la vuelta entre los brazos de Chaud, pero antes de que pudiera hacerlo el mayor ya estaba sujetándolo por los muslos y cargándolo hasta la cama.

Adversarios ᵉˣᵗʳᵃˢDonde viven las historias. Descúbrelo ahora