Prologo.

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Ésta es la parte donde la protagonista amanece con los rayos del sol en la cara, es linda —a pesar de apenas haber despertado— y sonríe por un nuevo día; sin embargo, no es cualquier día, es el primer día de clases. Después sólo sigue sonriendo y se va a bañar, para salir deslumbrante con un conjunto lindo, y te das cuenta que es la chica que más resalta en la multitud. Pero, eso no me pasa a mí. Yo estoy lejos de siquiera ser linda y amanecer sonriente. Así que, vamos, no puedo verme tan mal...

Estaba soñando que era la princesa pérdida en el laberinto, con una larga y envidiable cabellera. Apenas iba a besar al príncipe que me salvó del ogro que cuidaba la puerta de salida del laberinto, cuando un sonido exasperante irrumpió mi sueño mañanero. Era el despertador. Cuánto odio levantarme temprano, y cuánto odio la escuela también.
A regañadientes me levanté de mi cómoda y caliente cama. Los sonidos de afuera son tan comunes: lluvia, autos, los tacones de mi madrastra y el de la cafetera de papá puesta en marcha. Ellos sí que les gusta despertar temprano y hacer su rutina desde las seis treinta de la mañana.
Explicaría el porqué odio tanto despertarme témpano, pero quedó más que claro al decir que nadie es feliz cuando les interrumpen sus sueños.

Mientras me dirijo al baño, el piso frío de mi habitación recibe a mis pies por lo que comienzo a andar en puntitas.

Bostezo.

Entro al baño y lo primero que hago como siempre, es mirarme al espejo y lavar mis dientes.

Oh, por dios.

Hay baba seca en mi quijada, tengo ojeras, mi piel está pálida, y mi cabello parece como si un par de gatos hubiesen decidido que mi cabeza era una arena de combate.
Le gruño a la chica del reflejo, y me comienzo a lavar los dientes.

Vuelvo a bostezar.

Después de bañarme, lavarme la cara y vestirme con unos jeans de mezclilla oscura, una playera holgada gris y mis tenis favoritos. Le doy comienzo a la ardua tarea siguiente: desenredar mi cabello.
Está hecho una maraña, y está también mojado.
Con mi cepillo para cabello, comienzo la guerra, pero es complicado, hay muchos nudos.

Cabello: 1.
Ita: 0.

Tardé muchísimo desenredarlo, por lo que al final le terminé pidiendo ayuda a mi madrastra.
Una adulta joven, rubia, con curvas en los lugares correctos, una sonrisa de vendedora de suburbios, y unos ojazos verdes. No culpaba a papá por enamorarse de ella, es muy atractiva. Además de que tiene unos principios respetables, una educación correcta y un gran corazón. Es como quien dice, la mujer perfecta. Sólo que, no lo es. Padece de estrés post traumático, debido a que presenció el homicidio de sus hermanos y vecinos hace algún par de décadas, y su perfección se debe a eso. Para ella, todo debe ser perfecto. Exepto yo.
Se lo dije claramente cuando intentó moldearme a su manera, y es tan cansado intentar ser alguien que no eres, por lo que decidí hablar. Decirle que si me quiere realmente, me aceptará tal y como soy, y que yo intentaría ser perfecta a mi forma de ser. Ella aceptó porque nos ama, a mí y a mi padre. Somos una familia singular.

Regresemos a mi cabello y a la mueca de asombro en mi cara, ella pudo manejarlo.

—Oh, Regina, gracias. —Le sonreí.

Porque, es de admirarse lo que hizo: lo alisó, lo peinó, y lo ató en una coleta alta. La cual se me queda bien.

—De nada, cariño. —Me sonrió de vuelta. Puso en el tocador un estuche y sacó un labial, se inclinó al espejo y comenzó a aplicarlo en sus carnosos labios.

El color era un rojo oscuro que se le veía increíble.

—¿Necesitas algo más? —Me preguntó al tiempo que guardaba el labial en el estuche.

Para: CrushDonde viven las historias. Descúbrelo ahora