3. EL REGRESO DEL HIJO PRÓDIGO

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—Verdaderamente has perdido la cabeza —sentenció con su carrasposa voz el general del aire Adler Herzog. Solo con aquella mirada de un profundo color azul surcada de arrugas, sabía exactamente todo lo que pensaba de él, sin tener la necesidad de mostrarse agresivo o descortés.

—Puede ser una posibilidad —aceptó juntando ambas manos, no podía mostrarse inquieto o nervioso ante alguien de semejante rango, debía mantenerse tranquilo si quería conseguir lo que iba buscando.

Jugueteó un poco con sus dedos, no apartó la mirada de aquel rostro envejecido y cubierto por cientos de arrugas, labios temblorosos, vello blancuzco escapando furtivamente de las fosas nasales y orejas, vestido con el elegante uniforme verde oscuro que correspondía a su importante rango.

No dudaba que muchos pensaban que Herzog se encontraba en su momento más vulnerable, pero solo bastaba con ver aquellos ojos azules para comprender que seguía igual de alerta como en sus mejores años.

Se mantuvieron la mirada por algunos minutos, hasta que Herzog soltó un resoplido comprendiendo que no obtendría nada si es que continuaba empleando esa estrategia.

—Lo que pides es deserción, ¿Lo sabes cierto? —Y allí estaba, la carta más poderosa que podía emplear el ejército cuando se solicitaba darse de baja de sus estrictas filas.

No respondió de inmediato. Antes de entrar en batalla se tenía que conocer al enemigo. Así que echó una rápida mirada a su impasible interlocutor. Sí, era una persona que entraría fácilmente en el rango de la tercera edad, aun así se mantenía firme, preparado para cualquier batalla que se le presentase. Siendo así, se vio obligado a acomodarse en su asiento, cruzar una pierna encima de la otra y volver a enfrentar al general Herzog.

—Yo no lo calificaría de esa manera —despegó sus labios y comenzó hablar—. No es como si me estuviera yendo sin decir absolutamente nada. No voy a huir. Comprendo a la perfección las consecuencias que trae el enlistarse en el ejército. Si en algún momento pueden llegar a necesitarme, aquí estaré. Le he entregado diez años de mi vida a este lugar. He aprendido mucho y es algo que agradezco. Pero ahora, justo en este momento, necesito volver con mi familia, encargarme de los negocios que mis padres con tanto empeño preservaron.

—Ahora hablamos con la verdad —masculló, chasqueó la lengua y se reclinó sobre el asiento. ¿Acaso aquello era una retirada definitiva o se estaba reagrupando para volver atacar? Lo descubriría en cuestión de segundos—. Así que el piloto Johann Huffnung nos quiere abandonar para irse a jugar a los grandes empresarios, mover millones de dólares y lucir prendas costosas. —Volvió a inclinarse y deposito ambos brazos sobre el escritorio, allí estaba la respuesta que estaba buscando y, lamentablemente lo que más se temía—. Cuando llegaste con nosotros, nos aseguraste que la riqueza que te ofrecía tu familia no significaba absolutamente nada para ti. Te pido que me respondas, ¿Qué fue lo que cambió ese pensamiento?

—Solo unas palabras —‹‹una sospecha, algo que no está bien y estoy dispuesto a dejar todo para descubrir la verdad››, hubiera agregado gustoso, aunque considero que no era necesario.

—Oh muchacho, aun te falta demasiado para convencer a un mentiroso —dejo escapar un profundo bufido. Jugo con varios papeles antes de devolverle su aplastante atención—. Lo siento. No puedo dejarte ir. En estos tiempos que corren, las personas ya no sienten el mismo amor por su país como para enlistarse. Necesito que te quedes.

Mucho antes de que cruzara aquella puerta blanca, sabía que ya conocía la respuesta que le daría el general, por más que se negara a comprenderlo. Aquello verdaderamente lo desilusiono. No esperaba tener que llegar a usar eso que muchos denominaban como juego sucio. Pero ante la negativa del general Herzog, entendió que si verdaderamente quería continuar adelante, en ocasiones le sería necesario mancharse las manos.

Mi dulce tentaciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora