7. LO QUE NADIE QUIERE OÍR

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En aquel preciso momento nacería su odio hacía todos los números habidos y por haber. Continuaban flotando a su alrededor, se le metían en su mente y sencillamente se la agitaban hacía todos los lados posibles.

Costos de producción, cuanto había costado financiar tal campaña de publicidad, cuanto se invertía en nuevos proyectos e investigación de nuevas áreas, todo lo que se había recuperado, ingresos de publicidad, además de los costos del personal.

Por más que abría y cerraba aquellas inmensidades de libros de cuentas, le resultaba imposible que a un contador tan experto como lo era Roger, se le pasara que lo recuperado y gastado no era proporcional. Sí, la empresa había crecido demasiado, lo que conllevaba muchas ganancias, que para su desgracia, no se veían reflejadas en aquellos estados de cuenta.

‹‹Esto no tiene el menor sentido››, sentenció cerrando aquel inmenso libro forrado en color rojo vino.

Se reclinó en su silla y echó su cabeza hacía atrás. Llevaba prácticamente toda la mañana revisando los enormes libros de cuentas. Se encontraba totalmente decidido a entender porque su padre lo quería en la presidencia y porque ello había molestado tanto a su hermano. Por ello es que le había pedido a Angelien que tomara aquellos libros de cuentas sin que el responsable de contabilidad se diera cuenta de ello.

Un profundo suspiro escapo desde lo más recóndito de su ser, a la vez que ascendía su mano y con ayuda de sus dedos se masajeaba un poco los parpados. Por más que había intentado mantener al encargado de contabilidad al margen de sus investigaciones secretas, ahora, era él el único que podía ayudarlo a salir de ese enredo donde sólito se había metido.

‹‹Cuando ya no hay salida, se debe pedir auxilio››, recordó los consejos que les gritaba su instructor siempre que tenía oportunidad de hacerlo.

‹‹La cual es... siempre —pensó en la broma. Al principio consiguió arrancarle una sonrisa, hasta que recordó quien le había contado esa pequeña broma, lo que le hizo desaparecer aquella pequeña sonrisa. Buscando no volver a aquel pasado que tanto le dolía, se apresuró a levantarse, se acercó a su escritorio y con una mano apretó un botón del teléfono—. No hay más salidas, es hora de pedir ayuda››.

—Sí, presidente. ¿En qué puedo ayudarlo? —respondió con soltura Angelien. Por más que le había pedido que lo llamara por su nombre, su asistente se empeñaba en demostrarle respecto debido a su posición jerárquica, a la quinta ocasión llegó a rendirse de hacerla cambiar de parecer.

Agitó un poco su cabeza, obligándose a olvidarse de aquellas cosas tan simples y centrarse en lo que lo había llevado a apretar aquel dichoso botón.

—Necesito que mandes llamar a Roger de contabilidad —pidió sintiéndose un tanto derrotado. Para su desgracia, solo él le podía dar las respuestas que estaba buscando. Sin más aparto el dedo del botón.

—Ah... ¿Roger de contabilidad? —murmuró una insegura Angelien. Aquello no le agrado nada, así que se apresuró a apretar el botón.

—Sí, Roger es el encargado de contabilidad —comentó un tanto inseguro, ¿Acaso verdaderamente se había ido por demasiado tiempo?

—Lo lamento presidente, pero ningún Roger se encarga de contabilidad —agregó una avergonzada Angelien, lo que le hizo fruncir el ceño, además de temblarle un poco los labios.

—¿Y quién se supone es el encargado actual de contabilidad? —Interrogó, aunque en su interior sentía que ya se sabía la respuesta.

—La encargada actualmente es la señorita Rosse Andern —cerró los ojos y dejo escapar un profundo suspiro, aquel extraño misterio iba tomando más forma mientras se adentraba un poco en las entrañas de aquella multinacional empresa.

Mi dulce tentaciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora