8. HORA DE SALDAR CUENTAS

128 13 0
                                    

Conseguía escuchar unas pocas voces en la lejanía. Por más que intentaba entender lo que decían, aquello le resultaba imposible, lo único de lo que estaba seguro, era que parecían discutir entre ellos.

Todo a su alrededor era sencillamente oscuridad. En ocasiones esencialmente especiales, conseguía ver unos cuantos destellos de colores, aunque rápidamente volvía a aquel lugar llenó de penumbras.

‹‹Demonios hermano... hermano... —escuchó nítidamente aquella voz que no tardó en propagarse por todo aquel desconocido lugar—. Deberías verte ahora mismo, realmente pareces muy jodido —no tuvo que pensarlo durante mucho rato, en cuestión de segundos le fue posible identificar de quien era aquella voz. Movió los parpados de un lado a otro, hasta que lentamente, consiguió abrir los ojos, aun mirando un tanto borroso, consiguió ver una figura alta parada al frente suyo, aquel rostro cuadrado era inconfundible, al igual que aquel semblante cargado de pesimismo, aunque a Harman rara vez se le veía serio—. ¿Por esto abandonaste el ejército? ¿Por esto le diste la espalda a tus cientos de hermanos?››.

Intentó responder, lo que acabo cuando sintió un terrible latigazo de dolor en sus costillas, lo que le obligo a apretar los dientes y respirar con más tranquilidad.

‹‹Este es tu castigo por haber abandonado tú hogar —lo reprendió la voz de Harman, al tiempo que caminaba y terminaba posándose a su espalda, intentó moverse, aunque algo alrededor de sus manos no solo le lastimaron las muñecas, sino que también le impidieron hacer cualquier clase de movimiento, sintió claramente como las enormes manazas de Harman se posaban en sus hombros, provocándole un terrible dolor—. No perteneces aquí Johann. Debes volver, alejarte de todo, cumplir con tu deber como juraste hacerlo —el chirrido de una puerta hizo acallar a Harman, giró lentamente el rostro, consiguiendo ver como entraba un poco de luz de aquella abertura, donde pronto se recortó la figura de una persona—. Oh, pobre Johann, las consecuencias apenas comienzan››.

Con aquellas palabras rondándole por su cabeza, algo se vio encendido, lo que termino por lastimarle los ojos y tener que cerrarlos buscando disminuir aquel intenso dolor.

—Lo lamento, error mío —escuchó que se disculpaba una voz, tenía un extraño acento irlandés, sencillo de reconocer debido a que quería hablar en inglés, algo que sin duda no era su lengua de origen.

Escuchó pasos, el arrastrar de algo, con cientos de preguntas rodeándole por la mente, tuvo que armarse de valor y volver abrir los ojos. Lo hizo despacio, tanteando lo que le podía esperar. La luz anaranjada en aquel momento no fue tan deslumbrante, así que con algunos segundos, le fue posible abrir completamente sus ojos.

Justo al frente, un tanto más al fondo, se encontraba un sujeto detrás de una silla, mantenía ambas manos en el respaldo, dejando a la vista su pelaje pelirrojo que le ascendían por el brazo.

Movió sus azules ojos hacía todos lados, se encontraba en una pequeña habitación de paredes despintadas y un tanto descuidadas, probablemente del techo colgara un pequeño foco que llenaba el lugar con aquella anaranjada luz. Movió lentamente sus manos puestas detrás de la silla, al sentir la dureza de las esposas, comprendió que no podía hacer demasiado. Por lo cual volvió a centrar su atención en aquella figura humanoide.

—Lamento el aspecto del lugar, pero no podía ofrecerte algo mejor —comentó con palpable sarcasmo. Se le quedo mirando fijamente, algo que pareció sorprender a su captor, quien termino alzando sus cejas pelirrojas y formó una reluciente sonrisa—. ¿No hay preguntas? Vaya que eres un soldado, siempre analizando todo, antes de dar un pequeño paso.

Se trataba de un sujeto que no debería rebasar los treinta y siete años. Su rostro era un tanto ovalado. Estaba perdiendo su cabello pelirrojo, haciendo que su frente con varias líneas de arrugas fuera más prominente. Sus ojos eran de un color verde claro, su nariz un tanto aplastada y torcida a un lado, tal vez en algún momento se la habían roto, sus labios eran una fina línea que apenas dejaban traspasar ningún sentimiento. Alrededor llevaba una barba bien recortada color zanahoria.

Mi dulce tentaciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora