Cuento 14: Por última vez

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La última vez que Darlan y Milesa recorrieron juntos las calles de su pueblo, habían confirmado sus peores temores. Las señales estaban claras, todos los locales se encontraban cerrados y a oscuras y los pocos transeúntes que circulaban por la avenida lo hacían con prisa y miradas vacías o aterradas. Lógicamente no había ningún auto, al menos no en movimiento, debido a que era muy raro encontrar cualquier medio de transporte en Parshidia, pues el petróleo, el bien más codiciado del mundo, se reservaba a las grandes potencias mundiales.

Antaño, el Principado Independiente de Parshidia podría haber sido considerado un territorio pacífico. Lamentablemente, los tiempos habían cambiado.

Darlan apretó la mano de su prometida, pues aunque siempre se había considerado una persona valiente, quizás eso se debía a que nunca se había visto obligado a hacer algo peligroso o fuera de lo común.

El muchacho miró por costumbre el proyector holográfico que llevaba en la muñeca, pero era inútil, habían lanzado como consecuencia de la incipiente guerra civil una señal electromagnética que impedía el acceso a la Red de Información Global desde hacía casi 48 horas. Jamás, en sus veinte años de vida, Darlan se había sentido tan incomunicado. Había habido apagones antes, aunque nunca duraron más que unos pocos minutos.

A unos metros de donde se encontraba la joven pareja, la figura de un anciano comenzó a tornarse borrosa, aunque aquel hombre continuó andando como si nada hubiera cambiado. Milesa sollozaba, pero tampoco se detuvo. No había ninguna diferencia entre un holohumano y una persona "real", salvo por el hecho de que estos últimos requerían de la energía que les proporcionaba su proyector. Los hombros de Darlan se tensaron y un escalofrío recorrió todo su cuerpo. Si el bloqueo electromagnético de las señales no terminaba, pronto quizás más de la mitad de las personas que había conocido dejarían de existir.

Todas las personas en el mundo tenían un proyector holográfico que era insertado en su muñeca derecha el día de su nacimiento y ninguno en su sano juicio imaginaría siquiera quitárselo, sin contar a los fanáticos conservadores que se lo arrancaban a sí mismos para demostrar la supremacía de su humanidad. Ellos también consideraban quimeras indeseables a los holohumanos y no faltaban nunca algunos de estos fanáticos que predicaran en las plazas en contra del poder de la tecnología.

Los ojos fríos del líder de la facción conservadora más violenta parecían observarlo todo desde mil ojos presentes en las pancartas que cubrían la mayor parte de los escaparates de los negocios. No era necesario volver a leer la leyenda que surcaba el rostro que atormentaba los sueños de más de una persona. Darlan había escuchado aquella repugnante frase cargada de odio un millar de veces: "El comienzo de la pura humanidad está cerca, las quimeras por fin se apagarán".

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