Los sacerdotes de la Inquisición la buscaban. Era necesario que Carolina lograse escapar, no solo por lo que pudieran hacerle a ella, sino porque en su vientre llevaba el fruto de la vida.
Observó cómo la luz de la luna teñía de plata las ramas muertas de los árboles del bosque. En un claro, no muy lejos de donde se encontraba, podía ver un manto de nieve cubriendo la pradera, no podría cruzarlo sin quedar expuesta a las miradas de aquellos que la buscaban. Consideró que lo más prudente sería permanecer oculta e intentar descansar allí esa noche.
Su familia había sido una de las más adineradas del valle y su padre había sido un hombre sumamente culto, pero su bondad lo había llevado a volverse demasiado confiado. Para la iglesia y la corona, las mentes brillantes eran peligrosas y se encargaron de deshacerse de él. Su esposo, que fue discípulo de su padre, sufrió la misma suerte. Los dos hombres que había amado, pensó con pesar mientras una lágrima surcaba la piel pálida de su rostro.
Todos los conocimientos mágicos que poseía los había adquirido de su progenitor. Él presintió desde el primer momento, cuando vio llegar al nuevo obispo con su séquito al pueblo, que un velo de persecución y muerte secundaría sus pasos. Lamentablemente tenía razón. En poco tiempo, aquel hombre logró difundir sus ideas, atemorizando a la gente con el demonio y el infierno. Primero persiguió a los curanderos, luego a los videntes y finalmente a los pensadores. Ella se estremeció al darse cuenta de que pronto no quedaría nadie a quien perseguir, pues ya los habría asesinado a todos.
Su familia presentía que el poder oscuro estaba detrás de aquel supuesto siervo de Dios, pues el Creador no podía estar en contra de aquellos que salvaban vidas.
Su padrino, el fraile Bernardo, les había confesado que pronto se iría en una expedición hacia tierras recientemente descubiertas, pues había visto "algo que no debía ver". Lamentablemente, ellos pensaron que aún les quedaba algo de tiempo.
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Antología helada✔️
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