Cuento 19: La reencarnación del lobo

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Me arrastré como pude a la sombra de un frondoso sauce. No era la primera vez que moría, pero siempre era doloroso y triste dejar una vida. Solté un quejido tenue e intenté concentrarme en mi respiración, pero mi mente me traicionó por enésima vez.

Llevé mi hocico húmedo hasta mi pata herida y el mero contacto me hizo estremecer. Sentía la quemazón del veneno avanzando por mi cuerpo con una rapidez tranquilizadora. En cualquier momento alcanzaría mi corazón y podría comenzar de nuevo.

Pensé con nostalgia en mi antigua manada. Hacía tiempo que todos habían muerto ya, por lo que nadie me echaría de menos. No era más que un lobo solitario que moriría en completa soledad. Nadie sabría nunca por el tormento que estaba pasando en esos momentos previos a la transición. Posiblemente, ningún ser me recordaría y era mejor así. Empezar de cero siempre era más sencillo cuando no quedaban vínculos que me atasen al pasado vivido ya que por más que se quiera no se puede volver a él.

Mentiría si dijese que no lo había intentado ya, pero el tiempo solo avanza en línea recta durante el transcurso de una vida. Cualquiera que haya transicionado unas cuantas veces podría notar que tras la muerte el tiempo y el espacio se vuelven erráticos y es imposible descubrir en qué lugar, momento y especie se renacerá.

Sentía cómo mi respiración se iba ralentizando. Es curioso que para alguien que ansía la muerte un segundo pueda durar casi una eternidad. Mi alma humana sonrió con burla. Nadie en su sano juicio imaginaría que un lobo moribundo pudiese filosofar sobre la vida y la muerte, o sobre cualquier cosa por más mínima que fuera. En definitiva, no es algo que se espere de un animal y mucho menos de uno salvaje.

Había vivido más vidas de las que podía recordar. Algunas veces volvía a ser humano y muchas otras no, como dije era algo que yo no había podido descifrar. La primera vida que recordaba, aunque ahora bastante borrosa, había sido la de un humano, pero no puedo estar completamente seguro de que no hubiese pasado por otras vidas anteriores, quizás un poco menos complejas.

Una vez había conocido a un hombre que se jactaba de sabio y estaba convencido de que había inventado un mecanismo elíptico basado en los datos que yo le había dado. Me había jurado que luego de aquella vida volvería como un cóndor de las cordilleras. En aquella vida le creí. No tenía motivos para desconfiar de él y me daba certezas, algo que yo ansiaba encontrar. Debo haber sido la primera ardilla bebé completamente decepcionada por no poder resolver el misterio de la vida.

Me dejé vencer por el cansancio de quien ya no tiene fuerzas de luchar. Un profundo sueño se apoderó de mí y mi alma se despidió del cuerpo de aquel lobo viejo que la había refugiado durante tanto tiempo. El dolor físico desapareció por completo y le abrió las puertas a la incertidumbre de no saber qué iba a suceder.

Creo que no hay nada más indefenso que un alma desnuda que vaga sin cuerpo por los confines de la nada misma. Me dejé llevar por aquel principio que maneja todas las cosas y que pronto me anclaría en otro cuerpo terrenal. Así sucedía siempre, una y otra vez.

Me pregunté una vez más por qué yo entre tantas almas no podía tener el privilegio de dejar de existir. Nunca, en todas mis vidas, había conocido a alguien con una condición tan extraña como la mía.

De pronto, como si fuese la respuesta que había estado buscando, se me ocurrió una hipótesis que el silencio mismo confirmó para mí en medio de la infinita inexistencia. Quizás durante todo ese tiempo no había sido más que un sueño de un universo que estaba aprendiendo a vivir. 

 

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Muchas gracias por comenzar a leer esta obra. Espero que disfrutes leyéndola tanto como yo disfruté al escribirla.

Te mando un abrazo muy grande.

¡Nos leemos pronto!

¡Nos leemos pronto!

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