Canción de cuna para un cadáver.

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El frío viento de invierno hacia volar el velo de novia de Florence, su cuerpo vestido con ahora retazos de tela rasgada estaba frente a su propia tumba. Su piel estaba azulada, las heridas aún estaban abiertas y el anillo de oro aún seguía en su dedo. Las flores marchitas ya hacían como ramas sobre la tumba improvisada de Florence, ella se puso se cuclillas y las acomodo de forma de ramo. Caminaba entre las tumbas con su rostro cubierto. Florence solía ser muy bella, con sus labios rojos como una jugosa manzana en verano, con rasgos finos y ojos brillantes; era la flor más bella de todo San Petersburgo, claro hasta que murió. Florence paseaba sus huesudas manos entras las tumbas de piedra como señal de pena o bien, compadeciendo. Cantaba en un ligero susurro melancólico, su voz se perdía en el crujir de las desnudas ramas de árboles muertos. 
—Estoy muerta...—sus abiertos y cansados ojos azules podrían dar miedo a cualquiera que la observara. Florence aun no entendía por qué seguía ahí, vagando entre las tumbas hechas de piedras. ¿Cuánto tiempo llevaba muerta? Un año, dos años...veinte años. Pero ella no sentía el paso del tiempo, sería una eternidad muy larga sin una canción de cuna que Remington le cante para dormir. ¿Qué había hecho para merecer la muerte? Posiblemente solo había cometido un error, enamorarse como una jovenzuela de Remington, aquel chico de cabellos negros y ojos altaneros que había llegado como intruso a San Petersburgo. Florence había caminado hasta el final de aquel cementerio lleno de almas en penas, recordando cómo había terminado ahí. Había sido asesinada, exactamente tres minutos antes de su boda diera inicio, una mujer con sonrisa cálida entro por la puerta con las palabras—Te vez tan hermosa en el vestido de tu madre, lástima que será manchado con tu sangre— ¿Qué paso después? Ella murió, su cuerpo fue escondido bajo aquel árbol con ramas desnudas. Remington nunca se enteró. Florence se quedó esperando que él llegará y le cantara de vuelta una canción de cuna, pero él nunca llegó. La joven, miró la nueva tumba; había un nombre nuevo tallado en la lápida de piedra caliza, ella se puso de cuclillas y dejo aquel ramo sobre la tumba. Si ella pudiera llorar, hubiera llorado todo un mar; con melancolía, cantaba aquella canción de cuna que Remington le cantaba todas las noches antes de dormir. 

—Oh cariño, la noche llego. Cierra tus ojos, escucha esta canción; la melodía, te llevará a aquel lugar, donde siempre soñaste estar. Oh cariño, escucha mi voz como una suave seda a tu alrededor, oh cariño escúchame, cierra tus ojos y descansa de una vez. –Florence cantaba una suave canción de cuna, no para ella o las demás almas en pena; para aquel cadáver nuevo que había llegado como intruso a San Petersburgo. Canción de cuna para un cadáver, una canción de cuna para Remington que hoy volvía a los brazos de Florence.

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