Anónimo

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“No es necesario estar a nada de morir, para comenzar a vivir realmente.”
No es necesario acariciar con la yema de tus dedos el fin de tu vida, para estar consciente de que en verdad querías estar vivo. No es necesario sentir que el alma se aparta de tu cuerpo para darte cuenta que había muchas cosas que querías hacer o decir y no lo hiciste. No es necesario ver a otros llorar porque te has ido, para entonces arrepentirte por tus errores, o sentir el vacío por lo que no dijiste. No es necesario tocar el cielo para ser feliz. Y tampoco es necesario saber cuándo morirás para entonces aprovechar la vida. 
Sé que nada de eso es necesario, porque lo aprendí del mejor. 
Conocí a un hombre, bueno en realidad él me conoció primero, pero yo no pude conocerlo sino hasta trece años después. 
Es increíble que me tomara tanto tiempo empezar a prestarle atención a su modo de ser y a su razón para hacer ciertas cosas. Sin embargo puedo decir que antes de ser un simple hombre en mi vida, era un claro ejemplo de porque la vida merece ser disfrutada. 
En muchas cosas nos parecíamos, pero él estaba muy por encima de mí. Él hacía muchas cosas que probablemente yo nunca haría. 
Me recuerdo el día de su cumpleaños, cuando le regalaron aquellas zapatillas deportivas, jamás voy a olvidar su expresión al verlas. 
-Son geniales. – comentó. 
Y antes de que alguien pudiera decir más nada, él saco los zapatos usados para estrenar aquellos nuevos, que si me permiten decir, no le lucían acorde con la ropa. 
-¿Qué estás haciendo? – exclamó mi madre sorprendida. 
-Estoy usando mis nuevas deportivas. 
-¡Pero no van a juego! Además, puedes estrenarlas en una ocasión especial. – exclamo mi abuela a modo de reprensión. 
-Si no van a juego, no importa. Y no hay ocasión más especial que el ahora. ¿Puedes tú asegurarme que en dos segundos seguiré vivo? – preguntó con expresión divertida pero firme. - ¿Sabes tú si mañana voy a abrir los ojos? – volvió a mirarle. – Tú no puedes asegurar tu vida y menos la mía. Lo único que yo tengo es este momento. Y me encanta, porque sé que si en este instante me muero, no hubo nada que yo “hubiera” deseado hacer y de lo que después probablemente una parte de mí se arrepentiría. 
Sí, así era con todo. 
Con las palabras era directo, a veces dolía, pero era siempre honesto. Si se enojaba sabía que no había caso para seguir odiando la vida y de inmediato decía en voz alta “¿Sabes qué? Todo está bien” y volvía darnos esa sonrisa tan llena de vida que solo él tenía. Cuando quería hacer algo, simplemente lo hacía y sin miedo a equivocarse. Cuando cometía errores se excusaba justamente con “somos humanos” y volvía a intentarlo. Cuando hería pedía perdón. Cuándo podía ayudar, no solo daba un poco de ayuda, daba lo más que podía. Cuando tenía ganas de hacer algo, no se esperaba a que hubiera tiempo, dinero, espacio o esas cosas absurdas que siempre esperan los demás, él solo lo hacía. 
Cada vez que lo veía no podía evitar pensar que estaba profundamente loco, pero tampoco dejaba de pasar por mi mente que aún en su locura, él era feliz.
Era el treinta de enero cuando dio su último aliento, el modo en que las cosas ocurrieron está de más explicarlo, simplemente pasó. Fue una muerte repentina e injusta a los ojos de muchos. 
¿Cómo puede la vida de un hombre tan único acabar así? ¿Cómo podía simplemente acabar? 
Era joven, era feliz, era bueno, era puro. Entonces ¿por qué?
No fue hasta el día siguiente al suceso que todos fueron enterados de lo que había ocurrido. 
Lo primero que vino a mi mente fue la negación, no podía ser cierto, si hacía unos días había cumplido años, si hacía unos días había tenido noticias de él, hacia solo unos días que su risa contagiosa había sido descrita por sus hijos para mí. 
La mente me daba vueltas e incluso debo reconocer que estaba torpe, tanto que me estampé contra la pared. 
Por su parte mi madre parecía estar bien, pero por dentro sabía que jamás sería la misma. Nuestro maestro de vida se había ido. 
-No tienes que ir a verle si no quieres. – dijo ella mirándome. 
Era mi madre y sabía cómo me sentía al respecto. Pero ¿cómo iba yo a quedarme sentada en casa? Tal vez él sí había dicho sus últimas palabras, estaba casi segura que así había sido, pero yo aún sabía que me faltaba algo por hacerle saber. 
Entonces al final me vestí con mi mejor ropa y fui a verle. 
Primero no sabía si acercarme o no, primero no sabía cómo sentirme al ver a todos a mi alrededor llorar mares por él. No sabía si ser fuerte como solía serlo, o romperme en llanto. 
Caminé primero hasta donde estaban mis más cercanos y no dije nada, no había nada que decir. Ellos entendían mi silencio y yo sus lágrimas. 
Cuando su hijo se acercó a verle, lo vi quebrarse. ¿Quién no se iba a quebrar al ver al hombre que guiaba nuestras familias recostado en una caja, sin pulso, sin vida. Pero luego vi a su hijo sonreír. 
¿Por qué sonreía? 
Me acerqué tímidamente temiendo quebrarme no en dos, sino en miles de pedazos. Así fue. 
No vi nada más que sus ojos cerrados y eso fue suficiente para que una parte de mi alma se marchara de mí. 
Sin vergüenza puedo admitir que lloré bastante, demasiado de hecho. 
Pero luego lo vi, vi lo que su hijo había visto, vi lo que sabía que vería en él si un día lo veía morir, vi lo que no siempre veías en alguien sin vida. 
Vi la razón de que él fuera mi ídolo. 
Estaba sonriendo. 
No sonreía mágicamente, ni sonreía ampliamente, sonreía como lo hacía cuando era feliz. No pude escuchar su risa, pero a lo lejos podía imaginarla. No podía ver sus ojos claros y brillantes, pero sabía que esa parte “feliz” de él, estaba ahí en el momento que dio su último respiro. 
Vi su sonrisa y aun con las lágrimas aún cayendo pude decirle lo que merecía. Probablemente lo escucharía o tal vez no, pero igual quería por lo menos escucharlo yo. 
-Gracias, por todo. Gracias por ser un ejemplo y gracias por ser un hombre, gracias por demostrarme que la felicidad no es un sentimiento, es un claro modo de vida. Gracias. 
Después me aleje. 
No necesitaba ver más, no lo iba a ver más. Pero de una cosa estaba segura: Él siempre sería la única persona a la que yo realmente le creí ser feliz, tan es así, que lo fue hasta en su último momento. 
Debo decir que al principio los días me parecían grises y la depresión estaba creciendo a mi alrededor, es normal en nosotros los humanos. Pero eso no era lo que él quería, no era lo que nos había enseñado, no era lo que le habría gustado ver de nosotros. 
Entonces lo entendí. 
No necesitas ver a alguien más morir, para aprovechar tu vida. No necesitas vivir en la agonía para desear la felicidad. No necesitas una ocasión especial para festejar. No necesitas la ropa correcta para usar por primera vez esos zapatos que tanto te gustan. No necesitas que alguien más te diga “te quiero” para decirlo tú también. No necesitas ahogarte en el dolor del orgullo para pedir perdón. No necesitas ver la felicidad en los ojos de otro para quererla también. No necesitas perder a alguien para encontrarte a ti mismo. 
“No es necesario estar a nada de morir, para comenzar a vivir realmente.”

One ShotDonde viven las historias. Descúbrelo ahora