Día 4

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Gabriela sólo estaba hablando con su compañero de clases sobre un proyecto. Pero cometió el error de acceder a trabajar en casa para acabarlo a tiempo, ya que ambos necesitaban la mejor nota para mantener sus becas y sus lugares en la Universidad.
Sobre todo cometió el error de reír, cometió el error de verse feliz mientras jugueteaba con el camafeo que colgaba de su delicado cuello.

Por primera vez en mucho tiempo,  no estaba preocupada, bastaría esa tarde de viernes libre que tenía en el trabajo, esa de la que, por alguna razón, decidió no hablarle a Leonardo.
Él no tenía porqué enterarse de que trabajaría en un proyecto escolar en casa con aquel compañero. Así sería mucho mejor, y menos conflictivo, que estar trabajando en ello durante sus horas libres bajo esa mirada inquisidora.

Siguió su día sin más, Leonardo la esperó afuera de la escuela para llevarla a su trabajo de medio tiempo. Sospechó que estaba molesto desde el primer momento.  Lo confirmó cuando él fue directo a su cuello, dejándole la marca de mordida tan grande como su boca le permitió y se marchó sin más. Así era él y, tristemente, Gabriela sabía que no era ni de cerca la peor de sus facetas.

Fue realmente difícil cubrir esa marca durante su jornada laboral. Cuando dieron las 6 y su turno acabó, por fin logró sentirse tranquila al respecto. Caminó a casa sola, como pocas veces estaba, lo que le permitió pensar y meditar acerca de su relación.
Comenzó a cuestionarse si era lo que realmente quería, al principio Leonardo le parecía encantador, con el tiempo empezó a parecerle asfixiante e incluso atemorizante... ¿Pero sus actitudes y acciones no eran la ferviente prueba de cuánto la amaba? O quizá solo era lo que ella quería creer.

Sin darse cuenta, llegó a su hogar. Sentado frente a la entrada yacía Arturo, el compañero de la Universidad con quién debía realizar el trabajo. Le dedicó una sonrisa y entraron al lugar.
Por un segundo dejo de pensar en el asunto de Leonardo y decidió centrar su atención en el proyecto. Solo por un segundo, el segundo exacto antes de ver cómo se derrumbaba Arturo frente a ella, tras ser golpeado a la altura de los pulmones por Leonardo que sostenía un bate.

Gabriela se quedó paralizada, deseando con todas sus fuerzas que se tratase de un mal sueño. Sólo pudo mirar, mientras su menudo cuerpo comenzaba a sudar copiosamente, cómo su novio movía el cuerpo de su compañero a la sala de estar y lo dejaba ahí, tirado. Lo vió regresar con ella, pero tenía tanto miedo que aunque intentó moverse no lo logró.

Sintió con impotencia como las lágrimas caían de sus ojos y los músculos se le acalambraban  mientras ella seguía sin poder moverse. Quiso liberarse cuando Leonardo la tomó de la nuca con brusquedad y la arrastró a la habitación, pero aparentemente su voluntad de vivir no era suficiente para liberarse.

Al llegar a su habitación, él la empujó con fuerza, forzándola a ver la cama.

—¿Aquí lo traías? ¿Ese idiota es la razón por la que ya no pasamos los viernes en tu maldita cama?— comenzó a gritarle, en cada pregunta la sacudía con fuerza mientras apretaba más su agarre.

Quiso responderle que no, más el intento no bastó pues no logró articular palabra, de su boca solo brotaban lastimosos balbuceos que lo hicieron enojar más.
La arrojó de espaldas a la cama y se colocó sobre ella, de inmediato llevo sus manos a ese delgado cuello que, a penas unas horas antes, se había dedicado a marcar. En cuanto sintió el camafeo bajo sus manos, soltó un grito, casi gruñido, quedo de frustración.

—¿Creíste que no me enteraría? Vaya que eres estúpida si crees que  algo de tu vida se me escapa— dijo acariciando con una mano el camafeo —Debí saber que notarías el micrófono en esta porquería.— finalizó mientras regresaba la mano al agarre en el cuello de Gabriela. Con esas palabras ella  entendió toda esa escena.

Él comenzó a apretar poco a poco, deliberadamente lento, en ese momento ella reaccionó y comenzó a patalear. Intentó hablar, mejor que antes, explicarle la situación, pero fue peor que los balbuceos.
—¿Crees que puedes engañarme?— gritó comenzando a apretar de verdad.
—Suelta... me due... le— enunció con dificultad.

Leonardo soltó una carcajada desesperada ante esas palabras. Se sentó por completo sobre el pecho de Gabriela y comenzó a apretar con toda su fuerza.
—A mí no me engañas, sé lo mucho que te gusta esto— dijo manteniendo la presión sobre su cuello y en su pecho —Cada viernes me suplicabas que no parara de asfixiarte.—

Gabriela se arrepintió más que nunca de todas las veces que mintió para complacerlo. Las fuerzas ya no le eran suficientes para seguir peleando.
Siendo objetivos no tenía caso, Leonardo pesaba al menos 30 kilos más que ella, era más alto y, sobretodo, más fuerte.
Cada segundo llegaba menos oxígeno a su cerebro, pensaba que en cualquier momento sus ojos saldrian volando de sus cuencas. Además se sentía más cansada y sus ganas de entregarse al sueño eterno crecían.

No supo cuanto tiempo pasó, pudieron ser segundos o minutos, pero aquella agonía le parecía de horas. Perdió la conciencia y apenas sentía los, cada vez más aislados entre sí, latidos de su corazón.
No es que estuviera lista para morir pero ya no quería más dolor, no quería sentir como el peso de Leonardo le apretaba el pecho dificultando más su respiración, ni  como esas manos le quemaban el cuello y clavaban en su piel el camafeo que la condenó.

Decidida y valiente como nunca fue en su vida, dejó de pelear sin más, totalmente dispuesta a dormir el sueño eterno. Sin embargo,  Leonardo estaba tan molesto que ni siquiera lo notó y siguió apretando su cuello con toda la rabia y fuerza que tenía.
El último deseo que tuvo Gabriela,  desde el fondo de su corazón, fue que la reencarnación fuera una cruel mentira y que simplemente el vacío la acogiera.

Día 4 - Asfixia/Ahorcamiento.

Goretober 2019Donde viven las historias. Descúbrelo ahora