A las 10 en punto Karen llegó al punto de encuentro. Llevaba su hermoso vestido halter in pcoo por encima de las rodillas, de un blanco inmaculado que resplandecía ante las luces de la ciudad, con delicados bordados de flores, el escote de su espalda llegaba hasta un par de centímetros de su coxis.
Estaba ahí parada, justo en la vereda que conducía a algunas haciendas escondidas en las periferias de Puebla, en las coordenadas exactas que le había dado su cita y que ella le había pasado al taxista. La chica pudo ver como el taxista se alejaba con cierta desconfianza, ella también desconfiaría de estar en su lugar pero esperaba que se limitara a retirarse y no interfiera en sus planes.
No pasaron ni dos minutos tras dejar de oír el motor del auto para cuando un hombre cuyo casco le cubría el rostro, pero ataviado con un elegante traje de gala, salió de las sombras en una hermosa motocicleta clásica.
Ella pudo sentir como temblaban sus piernas ante semejante presencia, trató de controlarlo mientras se acercaba al hombre. Una vez enfrente de él dijo con voz suave, fingiendo toda la calma posible «love hurts», la palabra clave designada para el encuentro.
De inmediato, el hombre le hizo una seña de subir al vehículo, aún sin quitarse el casco. Ella obedeció, sujetándose firmemente del asiento durante el camino y tratando de que él no notase que sus piernas continuaban estremeciéndose.
Tras unos minutos, llegaron a una vieja hacienda. Una vez adentro, el hombre la sujetó por la muñeca para arrastrarla a la habitación sin delicadeza alguna y manteniendo el casco aún en su lugar.
Karen quedó fascinada ante el blanco de la habitación prácticamente sentía que podría ver su reflejo en cualquier superficie, sólo los muebles eran de un tono muy claro de café, similar a las avellanas y que la hacia pensar en el otoño.
Se sentó al borde de la cama con las piernas cruzadas mientras veía como el hombre se quitaba el saco y la camisa, dejando a la vista unos abdominales trabajados, con algunas cicatrices a la vista, unos brazos cuyas venas se marcaban con el más mínimo movimiento, y sobre todo, una piel tan clara que aún si esas venas no se marcaran, sabría exactamente dónde está cada una. Finalmente, el hombre se quitó el casco, dejando ver un rostro que ella denominaría como común pero agradable, cubierto en su mayoría por una frondosa barba.
Mientras el chico sacaba algo del buró, ella pensaba, con la mirada pérdida y con un gesto que parecería crisis de ausencia, en qué fue lo que la hizo llegar a este punto. ¿Habría sido el abandono de su padre? ¿Sería la serie de relaciones tóxicas de su adolescencia? ¿El aborto que la forzaron a tener al obligarla a beber ese amargo té cuando a penas estaba en la preparatoria? ¿Esa necesidad patológica de satisfacer al otro con tal de recibir una pizca de atención? ¿El hecho que quería sentirse amada a costa de lo que fuese?
Las preguntas seguían asolando su mente, caían cual y caían cual gotas de agua durante una tormenta. Fue ligeramente consciente del momento en que el hombre que se encontraba arrodillado entre sus piernas cortaba los tirantes de su hermoso vestido, sintió como el viento rozaba su vientre y sus senos. Veía sin realmente hacerlo como aquel hombre tocaba suavemente, casi con devoción, la blanca piel de sus senos.
Quería sonreír, este tipo de situaciones era lo más cercano que conocía al amor. No obstante, se estremeció al sentir el frío metálico de dos navajas rozar con delicadeza las aureolas de sus senos. Tenía miedo, no lo iba a negar. Pero ella misma consintió aquello cuando el hombre le prometió que, después de esa «noche de bodas», se quedaría con ella para a siempre. Y le creyó, como a muchos otros.
Ese juego con navajas que al inicio la hacia sudar en medio del temor, con los minutos empezó a hacerla lubricar. Se atrevió a moverse, sujetando una de las manos del otro haciéndolo cortar. El hombre no necesitó más incentivo, comenzó a cortar lentamente el contorno de la aureola de su pezón para después continuar con la piel de todo su seno izquierdo. Karen sólo podía fijar su mirada en su rostro de satisfacción mientras la cortaba, en lo complacido que estaba, después de todo ella misma había comenzado a aprovecharse de tenerlo entre sus piernas para frotarse contra su perfecto torso en un improvisado acto masturbatorio . Después de todo, las líneas de coca que le indicó inhalar antes de encaminarse al encuentro estaban rindiendo frutos.
Cuando terminó con la piel, repitió el procedimiento con el seno derecho. El placer era tal que a momentos Karen se vio arrastrada a un estado de éxtasis que la hacia prácticamente inconsciente de todo lo que pasaba. Pasado un rato, no supo si se desmayó o se quedó dormida.
Tenía sed cuando despertó, trató de mojarse los labios con la lengua, solo para encontrarse con una aterradora sorpresa. No tenía dientes.
Soltó un grito de terror al tiempo que trató de llevarse una mano a la boca, solo para reparar en que sus uñas habían sido removidas. Estaba amarrada a la cama de la habitación y podía ver sangre salpicada por doquier, no podía ver su cuerpo pero podría jurar que esa sangre era suya. Siguió gritando, completamente aterrada, mientras se preguntaba si viviría para que alguien la amara de verdad y se quedara con ella para siempre.
Pasados algunos minutos, el hombre llegó a la habitación, en las manos portaba la piel que removió de los senos de Karen y la acariciaba con la misma devoción que cuando aún estaba con su dueña. La miró sin entender su reacción, se acercó hasta tomarla del mentón, a pesar de que ella se resistía y susurro rozando sus labios contra los de ella:
—¿No dijiste que harías lo que fuera para que te amará? Te tomé la palabra, estaremos juntos hasta que tú muerte nos separe.— dijo antes de besarla, por primera vez.
Ella, lejos de rechazar el beso, le respondió con pasión e incluso alegría. Cuando se separó de ella le dedicó una dulce sonrisa, sin mostrar su ausencia de dientes, mientras asentía con timidez.
Después de todo, la única manera de amor que Karen conocía era el deseo carnal, y bajo esa definición prefería morir siendo amada que vivir cien años sin amor.
Dia 3 – Guro consentido.
