CAPÍTULO 5

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NICK

Royce se pasea como si nada frente a mis narices y lo único que quiero es partirle esa cara de gilipoyas de la que presume.

– ¿Qué cojones hacías con Valerie? – Exijo saber.

No me hace gracia que esté cerca de ella, que siquiera haya respirado en su dirección me pone de los putos nervios.

– Relájate tío, Soyers me mandó llevarla al hospital.

– ¿Por qué? ¿Qué le pasa?

– ¡Y yo qué sé! –  Afirma esquivo. – Se desmayó.

– No te creo una mierda.

Tengo la lección muy bien aprendida. Una vez que decides depositar tu confianza en Royce Donovan, estás jodido. No volveré a caer en eso otra vez.

– Bueno, pues ese es tu puto problema.  – Me desafía.

Me falta tiempo para agarrarle por el cuello de la camiseta y estrellar su cabeza contra la encimera de mármol. Siento una gran satisfacción cuando gruñe con el impacto.

– Ya me estás tocando los cojones. – Le advierto, pero no consigo inmovilizarle debidamente y con un puñetazo en la mandíbula me manda directo al suelo. Al fin una buena excusa para cargarme a este cabrón. Tenso el brazo dispuesto a alcanzar la pistola cuando Harrison me detiene.

– Eh, vosotros dos. – Intercede señalándonos. – ¡Ya basta! Tengo cosas más importantes que hacer que ver como os liáis a puñetazos. – Enuncia apartándome. – Royce, ¿has conseguido las malditas cintas o no?

– Claro. – Escupe entre dientes. – Están numeradas, 560 y 563. – La segunda es mi favorita. – Añade dedicándome una sonrisa perversa.

– Cálmate, Nick. – Murmura Harrison apoyando una mano sobre mi hombro. Me conoce y sabe que estoy a punto de explotar.  – No vale la pena.

Es enfermiza y repulsiva la satisfacción que encuentran en torturar a gente inocente, y por si fuera poco, guardar las atrocidades que cometen como si de un puto trofeo se tratara.

– ¿Por qué cintas de VHS? – Pregunto intrigado. – ¿Por qué no almacenarlo directamente en un disco duro?

– Así es más fácil deshacerse de las evidencias. – Me explica mientras se agacha junto al reproductor de vídeo y trastea con los cables. Hay que reconocer que ese aparato ya es toda una reliquia.

– Viejos métodos para cubrirse las espaldas... – Observo asqueado. – Esos cabrones piensan en todo.

– Lo disfrutarás igual, no te preocupes. – Insiste en provocarme Royce.

– ¡ROYCE! – Intercede Harrison molesto. – Haz el favor de ir a tocar los cojones a otro lado antes de que sea yo el que pierda la poca paciencia que me queda.

Por suerte para él y su propia integridad física, decide hacerle caso y nos dedica una mueca engreída antes de largarse pegando un portazo.

– Cabrón de mierda... – Mascullo entre dientes tomando asiento en el suelo frente a la televisión. Me preparo mentalmente para lo que estamos a punto de ver. No tengo ni idea de lo que nos espera, pero seguro que no es nada agradable.

– Vale... – Suspira Harrison. –  Vamos allá. PLAY.

Una chica de poco más de quince años permanece sujeta con correas de piel a una camilla metálica. En su rostro se pueden leer la angustia y el terror mientras se revuelve tratando de liberarse. La rodean varias máquinas a las que permanece conectada mediante cables que recorren su cuerpo de arriba a abajo. Siento náuseas al observar sus brazos amoratados por culpa de los catéteres que tiene incrustados, y de pronto me encuentro allí junto a ella sintiendo como esos alaridos me atraviesan el alma. No consigo evitar que su rostro se transforme en el de Valerie, y tengo que obligarme a apretar la mandíbula con fuerza para no salir huyendo. Ella vivió eso. Dios. Ella estuvo en el lugar de esa niña.

ʟᴏ ǫᴜᴇ ʀᴇᴄᴜᴇʀᴅᴏ ᴅᴇ ᴛɪDonde viven las historias. Descúbrelo ahora