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Introduje la última mora silvestre que quedaba en el plato en mi boca y lamí los restos de su jugo de las comisuras de mis labios, mientras Nibs me observaba desde el otro lado de la mesa

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Introduje la última mora silvestre que quedaba en el plato en mi boca y lamí los restos de su jugo de las comisuras de mis labios, mientras Nibs me observaba desde el otro lado de la mesa.

—¿Cómo haces para que se hagan tan grandes? —pregunté, quitando los restos de moras de mis dedos con mi lengua y ladeando mi cabeza con dulzura. Le había agarrado cariño a Nibs.

—Les doy mucho amor —respondió él encogiéndose de hombros—, y les pongo veneno.

Me hubiese atemorizado, de no ser por su expresión tierna y dulce, y la pequeña sonrisita que acompañó a su frase.

Dejé salir una suave risa que hizo eco en el pequeño cuarto que hacía llamar su cocina, que conjunto con la suya, se fue apagando hasta que quedamos en completo silencio.

—Cuida a Peter por mí —suspiré, sin poder evitar que la petición saliese disparada de mis labios.

Nibs levantó sus cejas medio milímetro, pero yo lo noté. Estaba sorprendido, pero no lo culpaba, yo también lo estaba.

Hace una semana y media nos odiábamos tanto que no podíamos ni vernos. Peter me despreciaba y era grosero conmigo, y cuando yo pensaba en él las arcadas venían a mí corriendo.

Pero bueno, del odio al amor hay un solo paso ¿no?

—Por supuesto —sonrió sutilmente, y antes de que alguno de los dos pudiese procesarlo, nos estábamos fundiendo en un cálido abrazo.

Nibs era un poco más pequeño que yo, así que apoyó su cabeza con fuerza en la curvatura de mi cuello, y pasó sus brazos alrededor de mi torso. Había lavado mi vestido, y me había dado una camiseta enorme que decía era de Garfio mientras se secaba, y ahora que estaba usando mi ropa de nuevo, olía a limpio.

—Voy a extrañarte —susurré, escuchando mi voz amortiguada por su hombro.

—Yo también, Ophelia.

Nibs era el único de los niños perdidos que no olía a tierra y comida podrida, más bien olía a pan recién horneado y agua de mar, y aquello me hacía sentir en casa, por tan poco sentido que tuviese.

De pronto, en medio del pequeño cuarto, se escuchó un carraspeo, que temí fuese de Peter, pero cuando nos separamos, pude ver a James encorvado en el marco de la puerta, usando sus increíblemente viejas y gastadas botas de cuero negro, pantalones de pana sucios y anticuados, y una larga túnica roja, que parecía ser nueva.

—¿Me pregunto quién habrá confeccionado tan bonita prenda? —me volteé, burlona, hacia Nibs, quien se sonrojó e hizo un gesto con la mano que pretendía restarle importancia a su trabajo.

Garfio sonrió: —Me hizo darle las gracias como diez veces, no creas su falsa modestia.

—¡Mentiroso! —rebatió Nibs, señalándolo con un pequeño y delgado dedo.

Lullaby | Peter PanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora