CARTA DE UNA MUJER MUERTA

82 4 0
                                    

El comandante observaba el suelo, donde el cadavér de una mujer estaba acurrucado.

En la cocina había caos y restos de odio, vestigios de una guerra privada.

Detrás de él, dos oficiales sometían a un marido ebrio con los puños manchados con sangre de la mujer para dirigirlo a una patrulla.

-Señor, encontramos esto -dijo un tercer oficial- No sé si sea relevante.
-La mujer está muerta -contestó el comandante-.

Nada de lo que hallemos será relevante, pero en fin, déjame ver.

Se trataba de una hoja con cuatro dobleces, tenía un corazón en medio con el nombre del marido.

El comandante la abrió y leyó ávidamente:

«Mi amor, probablemente hoy vas a matarme, sé que tu equipo fue eliminado y a mí se me ha quemado la comida, eso no es una buena combinación, lo sé, suena como un chiste, la situación es tan graciosa.

Ojalá el dolor también lo fuera, ya que no puedo evitar mi destino, solo me queda decirte que te amo.

Eres el amor de mi vida, siempre lo fuiste, la luna me pidió mil veces que te dejara, pero nunca le hice caso, estoy escribiendo esto justamente diez minutos antes de que llegues, y lo hago para disculparme contigo.

Ayer recibí uno de tus mayores arranques de violencia y hoy no creo que soporte un segundo ataque.

Sé que nada de esto es culpa tuya, sufriste mucho cuando eras niño y yo nunca logré ser la esposa perfecta, nunca fui todo aquello que merecías.

También sé que enfurecerás al encontrar destapada la única cerveza que queda, pero es por una buena razón, en esa cerveza he puesto todo mi amor, mi cariño... y una sustancia extra.

Una sustancia que pensaba usar en mí, pero dadas las circunstancias, no creo que la necesite, así que si te sientes mal en algún momento, culpame a mí.

Es solo que te amo tanto que no soportaba la idea de dejarte solo en este mundo, por eso he decidido traerte conmigo.

Te amo, eres el amor de mi vida, nunca me cansaré de repetirlo...».

El comandante cerró el puño y aplastó la carta, en sus venas, caballos de adrenalina emprendieron el galope. «¿Dónde está el sujeto?», preguntó con un grito, salió corriendo de la casa como una bala con saco.

Una vez afuera, vio al tipo mencionado en la carta, tirado en la calle, convulsionándose, escurriendo espuma por la boca mientras dos oficiales se miraban entre sí buscando respuestas.

Al comandante le tomó quince segundos llegar a donde estaba el hombre, pero cuando lo hizo, éste ya no tenía pulso.

Autor: Santiago Pedraza.

Cuentos para MonstruosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora