Benigno era un policía que se había obsesionado con el asesinato de siete abogados. Las autoridades no daban con el culpable. El criminal era demasiado astuto y no dejaba rastro. Existieron varios sospechosos, sin embargo no se logró demostrar nada. Los abogados de la ciudad tenían miedo de salir a la calle.
Benigno desconfió de un tipo y lo investigó por meses. Le tomó fotos. Lo siguió. Revisó su basura. Le colocó un localizador a su vehículo. Benigno quería atraparlo y entregarlo a las autoridades en un principio, después pensó que lo mejor era matarlo. Le pareció que el individuo que masacró a los abogados era deleznable y no conseguía reunir las pruebas suficientes para refundirlo en la cárcel.
-Será mejor acabar con él en su propio departamento -dijo Benigno-. Nadie pensará que yo fui.
Entró a su morada. Lo esperó por horas sentado en un sillón en medio de la oscuridad. Olfateó algo que le pareció familiar. Prendió un foco y dijo:
-No puede ser, esta casa es mía y aquella fotografía es de cuando me gradué de la academia.
Abrió un cajón y miró el arma con la que habían matado a los abogados en sus respectivas casas, ese era el modus operandi. Él lo sabía bien.
-Yo soy el culpable. Los abogaduchos eran unas lacras de la sociedad.
Mareado y confundido, vio su cara borrosa en un espejo manchado de sangre.
-Te están engañando -dijo el hombre del espejo-. Te está investigado un policía y no te quiere meter a una celda, te quieren meter una bala en la cabeza.
-¿Quién? -preguntó Benigno.
-Es un policía entrometido y ahora mismo está en la casa. Ya sabes qué hacer con él.
-Lo sé -dijo poniendo la pistola en su paladar.
El espejo se manchó de rojo y se quebró por la mitad. Dos personalidades opuestas, atrapadas en una mente murieron de un solo tiro.
Servando Clemens
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Cuentos para Monstruos
ParanormalAqui voy a estar escribiendo algunos relatos que me he encontrado en redes sociales