Prólogo

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Jugaba con mi dulce hermanita en el patio, el sol brillaba fuerte y el calor no se hacía esperar. Miró a mi hermana quien jugaba con las lombrices de la tierra.

Agarro una e intentó meterse lo a la boca, yo solo la miraba, por alguna razón eso no me molestaba, mi vecina gritó despavorido y corrió a arrebatarle la lombriz a mi hermana, yo la mire enojada ¿por qué me había quitado la oportunidad de ver algo así?

-¡Niña tonta! ¡¿por qué no le quitaste la lombriz antes?! -me sarandeo el brazo esperando alguna respuesta de mi parte, yo solo le sonreí.

Solo así ella se alejo y entre dientes vociferaba maldiciones e insultos hacia mí persona, era divertido...

Cayó la noche y esa era la señal para volver a la casa, miré a mi hermana quien se había dormido en el pasto, ignoré su presencia y entré a mi casa.
Llamé a mi madre varias veces pero como de costumbre ella no contestó.

-¡Mamá! -grite de nuevo pero era obvio que ella no contestaría, de nuevo tendría que buscar algo que comer en la heladera, con mis 9 años de edad me había vuelto independiente, pero aún así anhelaba algo de atención de parte de mi madre. Me subí al mesón de la cocina y busque en la alacena algo de comer, había una lata de champiñones en el fondo de uno de estos, la tomé y mi siguiente reto fue abrirla. Vi como una vez mi madre abrió una lata con un cuchillo.

¿Podría yo hacer lo mismo?

Lo intenté, pero por desgracia no había conseguido mi propósito. Mi hermanita entró por la puerta con pasos atolondrado logrando una escaza estabilidad, por su puesto ella apenas había aprendido a caminar hace una semana, frotando uno de sus ojos.

Con sus pequeñas manos empezó a decir códigos y es que mi hermana era sordo muda,

-Tengo hambre -me dijo, yo solo le mostré la lata de champiñones. Ella se acercó a la lata, la sujetó con ambas manos, y la mordió.

-Eso no se come -negué con la cabeza. Le tome una mano y la guié a nuestro cuarto, ella entendió que ese día no comeriamos nada.

Nos quedamos dormida esperando a que nuestros estómagos dejaran de rugir. Escuche un fuerte estrépito proveniente de la sala, salí corriendo esperando que fuera mamá con algo de comida. Mis ojitos se llenaron de felicidad al ver a mi procreadora con una bolsa en sus manos.

Cuando me pare frente a ella, no dudo ni dos segundos me empujó haciéndome caer al suelo y me tiro la bolsa, con una voz ronca que destila a odio pronunció unas pocas palabras

-Lo compartes con la otra.

Ese era mi día a día, el solo hecho que mi madre pensara en alimentarnos me hacía feliz, dando saltitos de felicidad llegué al cuarto que comparto con mi hermana. Estando frente a ella le muebo el brazo y ella frunce el ceño con molestia, me mira con sus ojitos desganados preguntándome por qué la molestaba.

-Despierta, hoy si comemos.

AliceDonde viven las historias. Descúbrelo ahora