[II] Pasado apilados

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II

«Mi amada y querida Emily, hoy en la mañana me despertó la sonrisa radiante de Poppy y en cuanto asimilé que no era un sueño, se escucharon voces infantiles corretear a la par que los pájaros se oían cantar.
No sé que fue pero este día estaba destinado a salir todo bien y los tulipanes que con tanto amor plantaste en mi jardín ya están siendo admirados por los ojos de los afortunados.

Norton, flor mía».


El bosque tenía un aspecto brumoso y encantador. Esas son las letras con las que finalizaron sus últimas cartas que iban con destino a su amante. Aquella mujer de aspecto elegante y cuello largo se guardó las cartas dentro de su baúl y así poder evitar seguir leyendo lo que le producía el bochorno que podría delatarla delante de la curiosa muchedumbre.

—¿Su excelencia? —La llamó Poppy, asomando su cabeza por la puerta—. Cuando quiera, partimos.

—Dígame Señora Payne, Poppy.

La criada asintió convencida pero incluso en la oscura habitación, se percibió como la mujer estaba apenada. Era joven y rolliza, con mofletes adorables y nariz roja y la única acompañante de la duquesa. Oh, debería sentirse afortunada por ser la única en la familia que se las había arreglado para ser la duquesa por elección y no por matrimonio pero incluso ese hecho tan real, parecía estar lejano a la propia alegría.

—Nos iremos directamente a la casa de su madre y Lady Sharon. Estará bien, señora Payne.            

Sonrío en agradecimiento y solo suspiró de serenidad cuando todos salieron de la habitación para dejarla con su ecuánime presencia. La casa de su madre era indubitablemente hermosa y espaciosa como un rincón pomposamente femenino y costoso. Decorada con brocados dorados y colores delicados, propios de la armonía y de esa paz que Emmaline tanto buscaba en los lugares que había visitado.

No obstante, había una sensación profunda que pulsaban sus sentimientos al fracaso. Nada de lo que había intentando la habían dejado quieta, las pesadillas nunca le habían dejado dormir por varios días consecutivos y los festejos solo habían querido anhelar lo perdido y lo que no volvería a sus brazos.
   
En otra ocasión, hubiera ido y disfrutaría de sentarse en un lugar que le recordaban a su casita de muñeca cuando era niña pero lástima que no, ella iba ir allí a matar. 

Poppy no lo sabía.

—¡Querida, por fin! —La recibió la anciana que hacia el papel de dama de compañía—. Te estábamos esperando.

Azahar y Azabache menearon la colita con alegría y se acercaron para saludarla como era habitual en cada mañana. Dos preciosos lobos siberianos de color blanco, una hembra y un macho que había adquirido cuando se casó con el marqués. Desde que tenía memoria, había adorado los animales y había recibido palizas en toda su niñez, suficiente para toda su vida porque por desgracia, su madre se le ocurrió contarle que se llamaba Jane Emmaline en honor a su hermana muerta. Una jovencita rebelde y encantadora como casi todas las Janes que las historias habían guardado para contar.

¡Cómo es posible que Emmaline esté expulsada de la escuela! —Había aguijoneado su padre a su madre en una ocasión—. Esta viene a ser la tercera escuela que pago para ella y ha demostrado comportarse como una salvaje e imprudente. No volveré a tolerarlo.

Emmaline se mordió la lengua para no terminar soltando toda la insolencia que se le hubiese ocurrido. Y porque hubiera sido muy vergonzoso mostrar sus posaderas coloradas por su padre a una edad tan grande como los catorce años. Su madre agachó la cabeza, como toda una esposa sumisa y asumió la culpa.

El precio de la seda Donde viven las historias. Descúbrelo ahora