[I] Lo que ocurre no tiene nombre

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Holaaaaa, hoy doy comienzo a esta novela (grita hasta quedarse afónica) okis no... pero estoy muy emocionada porque estoy empezando esta novela de temática histórica que como comprenderán ahora mismo, es unos de los géneros que amo leer y sueño mucho al dejar volar mi imaginación. Quería intentarlo y espero que puedan dejarme su estrellita como agrado y oportunidad para esta historia.

Los quiero, Anna V.

Capítulo I.


—Sólo había un mensaje que ha dejado el señor Theodosio Wilmington, milord —informó un jovencito de ojos oscuros y cabello rebelde. Su voz denotó temor al enfrentarse a la reacción de su señor—. ¿Qué vamos a hacer?

Al contrario de lo que cualquier presente se le ocurrió suponer, en las serenas facciones de lord Daniel se presentaron las primeras líneas de un rostro relajado y unos hoyuelos profundos marcando una diferencia que la multitud que se congregaba delante de él, tomó con sorpresa y con cautela. No era para menos, aquella figura imponente, extrañamente  delgada pero fina que vestían los ropajes de todo un señor de alta alcurnia, ponían de los nervios a los trabajadores que le servían. Nunca se sabía que esperar del recién llegado.

—Prepare el carruaje, me tendrán ahí en diez minutos.

La orden fue obedecida de inmediato. Los ojos azules de Lord Balvier se enfocaron en el flacucho muchacho que le había dado la primicia y notó con una sonrisa ladina que era más pequeño de lo que creía y que a juzgar por su apariencia, daba a entender que podría de tratarse de algún hijo del personal que estaba a su servicio. Podría ser pero no lo era porque reconoció los mismos ojos de su fallecido tio en el muchacho.

—¿Cuál es tu nombre, muchacho?

El aludido dio un respingo.    

—Geoffrey, milord.

—Necesitaré de su compañía, espéreme junto al carruaje.

Y sin esperar ninguna respuesta del jovencito, los pasos del conde se alargaron hasta perderse en los túneles de las penumbras que reinaban en su oscura mansión. Había sido hora de regresar a casa y no se sorprendió al encontrar lo que sería su nido temporal en deplorables condiciones por lo que una decisión había empezado a tomar forma en su alocada cabeza en cuanto divisó la puertecilla de madera que dividía una habitación de la suya. Era más grande y probablemente uno de los dos únicos espacios de la casa que estaban decorados con brocados y tapizados coloridos y que nunca habían sido tocados por las ociosas y malolientes manos de su progenitor. Al menos algo bueno había hecho su miserable padre por esa vez al ignorar los espacios que la antigua condesa había bautizado con su presencia.

No le tomó demasiado tiempo terminar de recorrer su sucia y oscura habitación y decidió que por esa noche, se tomaría la molestia de invadir la casa de su amigo que solicitaba su presencia urgentemente. Probablemente no era nada —sobre todo si se trataba de su amigo de la infancia, Theo Wilmington—, que optaba por interferir en la vida de los demás por la puerta grande y haciendo escándalo. De lo contrario, no sería él. Aquello no lo sabía la servidumbre y prefirió dejarlo a sus suertes con el temor. Era divertido mirar como todos esos ojillos lo miraban como si tuviese tres cabezas que no por nada había sido bautizado con el sobrenombre de Cerbero al llegar su adolescencia y todo por la antigua reputación que precedían al anterior conde. Decían las malas lenguas que el hijo portaba la misma habilidad para herir y ofender con solo alzar sus ojos pero que estos resultaban engañosos al ser de un azul turquesa.

Al saberse que se dirigían al Bacco, Geoffrey se encogió de tamaño y trató de serenarse. Al conde no le pasó desapercibido la reacción y decidió tener compasión, después de todo, el muchacho era joven y probablemente creía que estaba sentado en el mismo asiento que su señor por castigo.

El precio de la seda Donde viven las historias. Descúbrelo ahora