[IV] El preludio de Emmaline.

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Para mis amados lectores que han tenido paciencia, admito que no he subido en mucho tiempo porque tenía tiempo de dañar está novela y desilucionarlos, ustedes parecen ver un potencial que yo no lo ví porque para serles sinceros, cuando empecé a escribir esto era solo por experimentar con una temática distinta a lo que me gusta escribir.  Y lo escribí largo para compensarlo y tengo un par más guardado para subirlos cuando estéis listo. Los adoro, Anna V.

Pdata:  Votar y comentar como apoyo no cuesta nada cuando uno pasa una noche escribiendo algo de esta magnitud.

IV

¿Quién se creía? Ah, eso estaba claro. Ella era la duquesa, la primera de sus títulos, otorgados a una mujer con investigaciones increíbles. Un honor que se le debía a Norton, pero para la desgracia de la reina, el pobre tipo estaba muerto. Y todo convenía a Emmaline. La temible viuda que tenía el favor de la reina.
 
Porque si una reina podía ser mil veces mejor que todos sus antecesores masculinos, entonces una duquesa con increíbles ideas lo haría mejor que todos los Norton borrachos, mujeriegos con graves inclinaciones parasíticas, y muertes tempranas. Dios bendiga los hombres como él, que con solo existir podían desbaratar a esas tontas ideas exclusivas de mujeres.

La viuda abrigó un cuerpo remilgado, que a  pesar del color sensacional, atrevido y llamativo, todo en ella gritaba que no toleraría nada escandaloso. Su barbilla temblorosa delataba el miedo que le tenía, sus ojos azules helados derritieron la mascarada para mostrar que estaban nublados en furia.  

—Disculpe, pero debo buscar la compañía de mi hermana —lo despidió sin miramientos, bajando su voz hasta llevarla a la sumisión—. Ya veremos cómo me convence.  

Su mano alisaba su falda con recato, tratando se serenarse cuando se retiró. Si Daniel hubiera sido menos observador, se habría ahorrado el bochorno y habría tomado su alzada barbilla como una orden. Pero estaba muy lejos de eso, y gracias a su desagradecido don, sabía perfectamente que había visto a Emmaline anoche, en el Bacco.

A pesar de ser una mujer conocida por su inteligencia. Daniel dudaba que eso fuera cierto, sobre todo cuando él lo había deducido todo.

Ella quería que él la matase.

Lástima que la mala impresión hubiera desbaratado el negocio que tan encantado habría estado de cumplir. 

El conde torció la boca en júbilo al situarse junto a su erguido y orgulloso hermano. Arthur, su medio hermano e hijo del segundo matrimonio de su madre, que sacó un pañuelo de tela y lo agitó al aire para limpiarse las migajas que rodaban por su cara debido a su abuso de glotonería. Casi pareció llorar de felicidad cuando los lacayos se postraron delante de sus pies.

Joven, pero un idiota de dieciocho años, bien emperifollado y aburrido como el agua, emocionado por la perspectiva de ponerse la soga en el cuello.

—Es la mujer más bonita que he visto en la vida —cantó la alabanza, a su lado con un tono soñador—, ¿Cuánto apuesta a que la competencia será difícil?

Se permitió salir de su nube, hastiado, para mirar la anodina niña que bajó por las escalinatas con una respetuosa sonrisa. No, tacha eso, evidentemente se había equivocado, la chica que sonreía entusiasta en su dirección era lo opuesto a aburrida. Cabello rubios y preciosos, pechos generosos y labios muy rojizos. Sus ojos le recordaron a un búho, despiertos y con un brillo que prometía una vida muy divertida.

—Lady Sharon —compuso su hermanita, alzando la barbilla con algo cercano a la arrogancia—. Si me lo preguntas, su hermana es mejor.

Arthur y Daniel parpadearon para ver a su impertinente hermana abanicarse con una fija mirada calculadora. Su sonrisa bella estaba transformada en una frialdad competitiva.

El precio de la seda Donde viven las historias. Descúbrelo ahora