RIVALES ENAMORADOS 3

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CAPÍTULO 3.

—¿Qué tiene de malo la habitación? —El ama de llaves se giró hacia ella con una ceja enarcada, blandiendo la paleta con la que revolvía los huevos como si se tratara de un arma. Si hay algún problema…

—Todo está perfecto, señora Palmer.

—Anoche quedamos en que me llamaría Rachel.

—Está bien: Rachel. De veras que todo está en orden en el cuarto, pero… ¿quién lo decoró? La mujer se quedó desconcertada unos segundos. Después se echó a reír.

—Fueron indicaciones directas de mi lord —explicó cuando pudo calmar la risa, secándose las lágrimas con el bajo del delantal—. Creo que pensó que era usted más… joven.

—Ya entiendo. Así que la muñeca que encontré sobre la cama era también para mí.

—Me temo que sí.

—Y Rachel volvió a estallar en carcajadas—. ¡Señor, Señor!

—Imagino que, si pensaba que era una niña, se va a llevar una sorpresa.

—Sorpresa es decir poco. Acabó de prepararle el desayuno y puso ante ella un plato de huevos revueltos, beicon, dos tostadas, un tarro de mermelada, otro de miel, un platillo con mantequilla y una jarra de leche caliente. Candy se sirvió con moderación y se atrevió a preguntar: —Rachel, ¿cómo es lord GrandChester?
—Un buen patrón. Y no pudo sacarle ni una palabra más.

Tomó un baño largo y relajante, disfrutando al máximo del asombroso cuarto de baño. ¡Qué excentricidad! La habitación era grande, con dos ventanales que se abrían al jardín trasero, por los que en ese momento entraba la mortecina luz del sol. Las paredes de mármol blanco daban sensación de más amplitud y la bañera, rodeada por unos visillos para mantener la privacidad, podía albergar con facilidad a dos personas. En unas baldas de madera clara había toallas, pastillas de jabón, cepillos y peines, aceites, colonias y cremas. Un auténtico lujo que a ella le resultó maravilloso. Decadente y excéntrico, sí, pero maravilloso. Mientras, la pizpireta Mary colocó su equipaje, entrando y saliendo del cuarto de baño para preguntarle si quería los vestidos de mañana a la derecha o a la izquierda, si prefería los zapatos en lugar distinto a los botines, si los sombreros… Si le pedía a Alfred que subiera más cubos de agua. La chiquilla ponía voluntad, intentaba complacer y tenía siempre una sonrisa en la boca. La ayudó a enjuagarse el rizado cabello, le alcanzó las toallas y, en cuanto Candy terminó de secarse, allí estaba la muchacha con su bata en las manos.

—Eres un tesoro.

—Espero que le agrade cómo he colocado sus cosas.

—Seguro que sí. Gracias.
Mientras la chica limpiaba el cuarto de baño, ella aprovechó para valorar sus pertenencias. Tendría que comprar algún vestido más, a la modista solo le había dado tiempo a confeccionarle los justos para salir del paso. Ni siquiera se le pasó por la cabeza que ahora debería pedir permiso a su nuevo tutor hasta para adquirir un peine. Estuvo tentada de cambiarse de ropa, pero olvidó el asunto. ¿Para qué? Estaría igual de fea con cualquiera de ellos.
Al bajar al piso inferior, decidida a preguntar a la señora Palmer qué podía hacer para matar el tiempo hasta que lord GrandChester la recibiera, se encontró con Bernardo. El mayordomo, cargado con una bandeja en la que llevaba un servicio de café, le hizo una ligera inclinación de cabeza y siguió su camino.
—Señor Roger…

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