RIVALES ENAMORADOS EPÍLOGO

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EPÍLOGO

Saint Stephen Walbrook, la iglesia elegida por ambos desestimando otras de mayor amplitud y boato. Estaba repleta de flores blancas.

El templo que ha sido levantado de nuevo seis años después del Gran incendio de 1666, y Sir Christopher Wren había realizado una obra extraordinaria donde primaba el color blanco de sus techos y la majestuosidad de sus columnas, recordando a las iglesias bizantinas.

Candy ascendió los dieciséis escalones como si flotara y avanzó despacio. En cuando llego a la puerta, se soltó del Conde de Hatfield, que estaba orgulloso como un pavo real por haberla conducido hasta la iglesia desde Hatfield Manor en el coche Ducal, y él entró primero para ocupar su puesto en el primer banco. Candy apenas podía respirar por la emoción y recordaba con infinito cariño las muestras de afecto del personal de servicio de Terry antes de partir hacia la nueva propiedad, El castillo GrandChester su nuevo hogar. Se había despedido de ellos con un impulsivo abrazo y, aunque admitía que desestimasen sumarse a la ceremonia por su condición de sirvientes. Le hubiera gustado que estuvieran ahora allí.

Las suelas de sus zapatos pizaban las baldosas del templo, estaba un paso de unirse para siempre a Terry GrandChester, Duque, pero seguía sin creérselo.

Saint Stephen Walkbrok estaba a rebosar y aun lado y otro del pasillo central, los invitados la observaban expectantes y sonrientes. Continuó avanzando con pasos médidos, rezando para no tropezar debido a los nervios, mirando siempre al frente, pero captando la presencia de los Duques, condes y vizcondes... la flor y nata de la sociedad se había dado cita allí, para ser testigos de los esposales. Para ella empezaba una nueva vida que nunca imagino, aunque lo único que le importaba era el hombre al que iba unirse, el espléndido y atractivo caballero que la esperaba en el altar.

Terry impresionaba vestido de oscuro. El traje le quedaba como un guante, lo hacía parecer incluso más alto de lo que era: la chaqueta realzaba la anchura de sus hombros, el níveo de la camisa hacia destacar su más hermoso rostro y sus ojos brillaban de anticipación. Bernardo se había esmerado para la ocasión y ella no podía ver a nadie más que a él. De todos modos, trans sonreírle desvió los ojos hacia la cúpula que le recordó la de San Pablo. El sol penetraba a través de las cristaleras, que parecían azules, formando haces de luz; se escuchaba la suave música del órgano y ella se sintió la protagonista de un cuento de hadas.

A la derecha, en los primeros bancos, se encontraba Adrián, Sara, Abel, Mila, Charlotte , Julián El hijo pequeño de Adrián y heredero de los Hatfield. A quien había conocido hacia sólo dos días, cuando regreso de Eton con permiso para asistir a la boda. Tras ellos, el vizconde de Wickford y el varón de Sheringham, A quienes las damas no dejaban de mirar por lo por su inmejorable estampa; Los mejores amigos que alguien pudiera tener.

Candy casi tropezó con el ruedo del vestido a la advertir la presencia de una mujer en la primera fila de los bancos de la izquierda. Por unos segundos olvidó el rol que debía representar, dejo de caminar y los ojos se le inundaron de lágrimas.

—Señorita Pony...

Iba vestida como una auténtica dama y hasta Lucía un ridículo sombrerito sobre sus encanecidos y perfectamente peinados cabellos. Se hablaron sin palabras y ella vio el orgullo en los ojos oscuros de su antigua aya. Imagino que había sido cosa de Terry y juro que se lo comería a besos por hacerle ese maravilloso regalo.

“Si lloras, quedarás en ridículo y la futura duquesa  no puede permitirse una cosa así” se dijo volviendo a mirar al frente y emprendiendo la marcha.

Terry estaba tan nevrvioso como un Potrillo sin domar. Intentaba guardar las formas retorciendo las manos a la espalda y manteniendo el semblante sereno, pero por dentro estaba que temblaba. Era incapaz de oír nada porque el corazón le retumbaba en los oídos. Y no podía apartar los ojos de la mujer que, en pocos minutos se convertiría en su esposa. Candy Lucía un vestido de seda azul cielo de corte imperio, escote y cola cuadrados y mangas abollonadas; la infinidad de perlas cocidas en el bajo refugian con cada suave muy miento. Llevaba el resplandeciente, rubio Cabello, recogido en un exquisito peinado que dejaba libres algunos rizos que el marcaban su rostro y dos sartas de perlas se entremezclaban con los bucles. No llevaba pendientes ni collar, pero ella por sí sola era una joya.

En un atisbo de flaqueza, se pregunto si conseguiría ser un buen esposo. Candy Le superaba en todo: en alegría por vivir, en el amor hacia los demás, en valentía y hasta en inteligencia. Aunque ella lo negará, junto a su lado, se veía como un pobre hombre deseoso de aprender. Luego ella lo miro de frente mientras se acercaba él y le sonreía, con tal amor, que el miedo se evaporó de su corazón Y solo le quedó el deseo de hacerla feliz. Aunque le costase la vida, haría que ella fuera dichosa.

Le tendió la mano, que temblaba, estrechando entre sus dedos los de Candy. Una corriente de amor les traspasó a ambos y, por unos segundos, todo desapareció a su alrededor. Unidos incluso antes de que la ceremonia finalizara, miraron al representante de Dios en la tierra.

—Te amo —susurro, muy quedo, para que sólo ella lo escuchaste.

—Te amo —repitió Candy

Minutos después, ella lucia el anillo que la unía a Terry para siempre. Como en un sueño, noto las fuertes manos masculinas tomarla por los hombros y acercarla a él.

—Mi esposa. Mi amada Duquesa.

—Mi esposo. Mi amado Duque.

Y el beso que compartieron fue tan dulce y lleno de promesas, que ni siquiera escucharon los vítores de los invitados ni las campanas tañendo al cielo de Londres.

FIN

Me tomo el placer de agradecer infinitamente a Nieves Hidalgo. Quien es la autora original de Rivales de día, amantes de noche—Se las recomiendo—. Novela que use para este fic. Sin ningún tipo de interés personall. Nieves Hidalgo aparte de ser una exelete escritora, es una mujer excepcional..

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