Preguntas

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Cuando llegué a casa (si podía llamarse así) me quedé pensando en lo ocurrido durante el trabajo. Nadie me hablaba nunca si no era para algo de trabajo. Quizás les intimidaba siendo tan serio, porque sabía que les parezco un bicho raro, pero eso había sido siempre con todo el mundo. Me quedé pensando en que tenía una vida un poco triste: viviendo en una casa tan pequeña y tan mal decorada. Mi sueldo era realmente bajo y solo me daba para lo mínimo. Pero, ¿por qué? Otros de mis compañeros estaban casados y con hijos. Iban de viaje, compraban ropa aunque no la necesitasen y se daban caprichos de todo tipo. ¿Cómo era posible? 

Se estaba haciendo tarde. Llegué a casa a las ocho y, como estaba demasiado ensimismado en mis pensamientos, cené cualquier cosa que vi por la nevera (tampoco solía haber demasiada comida por mi casa) y me fuí a dormir.

Llegué a la oficina muy temprano, como de costumbre. Eso me hizo pensar de nuevo. ¿Por qué yo llegaba antes que nadie y me iba el último? Pasó un par de horas hasta que llegó el chico que me preguntó ayer, Martín. Le llamo chico, pero es un año mayor que yo a pesar de que parecía que yo tuviera veinte más que él. Me acerqué a él, decidido a que resolviera mis preguntas.

-Perdona...

-Hombre, Jacobo. ¿Qué te trae por mi mesa?  -me dijo con una sonrisa digna de un anuncio de dentífrico dental.

-Sí, bueno. Verás, yo quería preguntarte algo —titubeé. 

-Dime -contestó intrigado.

-Es que he estado pensando en lo que gano y trabajo yo y, en comparación vuestra, es muy poco sueldo para tantas horas.

-Déjame echar un vistazo a tus papeles -fue hacia mi mesa decidido a rebuscar en todos los cajones hasta encontrar lo que buscaba. Lo leyó detenidamente y lo releyó. Luego, me miró indignado.

-¿Qué pasa? -pregunté inocentemente.

-Ganas menos de lo que deberías trabajando más horas de las que deberías. Te han hecho un contrato trampa.

Antes de que me diera cuenta de lo que pasaba, estábamos en el despacho del jefe. Martín le reclamaba a voz en grito que yo era un pobre hombre y que él era un estafador. Antes de responder, mi superior me pidió que saliera fuera del despacho para hablar tranquilamente con Martín. Acepté y me reuní con mis compañeros curiosos de saber lo que ocurría.

-¿Qué demonios pasa? Se oyen los gritos de Martín desde la calle. ¿Por qué está tan enfadado?

Les conté la historia mientras que ponían caras de asombro y de indignación, como la de Martín. Justo cuando terminé, salió. Todo el mundo fue a su encuentro ansiosos de saber el final. 

-El jefe es un ladrón -anunció -. Sabe que Jacobo no tiene estudios y por eso le contrató: para explotarle. Pero se ha acabado. A partir de ahora, tendrás el mismo sueldo que los demás y las mismas horas de trabajo, al igual que días de vacaciones. 

Todos se pusieron a aplaudir, satisfechos con el resultado de la disputa. Yo simplemente estaba algo asustado, porque sabía que iba a ser el principio del cambio de mi vida.

LA HISTORIA DE LA POSITIVIDADDonde viven las historias. Descúbrelo ahora