CAPÍTULO CUATRO

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Ryan necesitaba llegar cuanto antes a casa, y no solo por la tormenta que se le estaba echando encima. Levantó la vista y miró con el ceño fruncido el panorama de nubarrones negros que cubrían el cielo. Apretó el paso, no le apetecía nada acabar el día empapado.

El barrio donde vivían era muy tranquilo y familiar. Desde la casa de Amy y John hasta la de sus abuelos no había mucha distancia. La residencia de los Curtis era de las más grandes de la zona. Todas tenían jardín y la mayoría eran de dos plantas. La de sus abuelos además tenía un porche que rodeaba la parte delantera y los laterales de la casa, y en el patio de atrás su abuela tenía un pequeño jardín donde cultivaba ella misma algunas plantas, sobre todo para cocinar o remedios caseros. A Ryan le encantaba vivir en esa casa, era su refugio, en muchos sentidos.

Cuando solo faltaban unos metros para llegar, el cielo se abrió y empezó a descargar agua. Ryan maldijo, echó a correr y no paró hasta poner los pies en el porche delantero. Con un suspiro se sacudió como un perrito y buscó las llaves en su mochila, de paso se aseguró brevemente de que sus dibujos estuvieran intactos. Lo estaban.

Al entrar se descalzó y cerró la puerta detrás de sí. Luego desconectó el timbre. No pasaba a menudo, pero a veces molestaban por la noche llamando varias veces. Sus abuelos acostumbraban a desconectarlo y se evitaban problemas. Con la mochila aún al hombro se acercó a la mesita de la entrada para comprobar si tenía llamadas perdidas. Le extrañó que la luz no estuviera parpadeando. Buscó su móvil y comprobó allí también. Había dos llamadas perdidas y un mensaje. Lo abrió mientras subía a su habitación. Sonrió al ver aparecer en la pantalla las caras de sus abuelos.

El mensaje contenía una foto de los dos frente a un jardín lleno de flores y de fondo una preciosa casa victoriana. Alguien les debía haber hecho la fotografía, los dos salían de cuerpo entero y sonrientes. El mensaje decía —“Estamos pasándolo bien, todo es precioso. Un beso de parte de tu abuelo. No te olvides de cenar lo que hay en la nevera”— Se rio porque su abuela siempre estaba pendiente de él. Incluso a cientos de kilómetros de distancia.

Al llegar arriba se dio cuenta que todo estaba muy oscuro. Cuando salió por la mañana la luz iluminaba toda la casa. Ahora el agua golpeaba con fuerza en el tejado y las ventanas. Parecía que no iba a parar pronto. Entró a su cuarto y encendió la luz de su mesa de trabajo, dejó la mochila en el suelo y se acercó a las puertaventanas para abrirlas de par en par. A Ryan le encantaban los días de lluvia. Desde su habitación podía ver la parte de atrás de la casa, el jardín de su abuela y el cobertizo. Le gustaba porque era la zona de la casa con más iluminación, y así podía trabajar con luz natural muchas más horas.

Después de mirar durante unos minutos cómo caía la lluvia sintió un pequeño escalofrío y recordó que estaba empapado. Caminó descalzo hacia el cuarto de baño, mientras se quitaba la camiseta. Dejó caer la ropa húmeda en el suelo; tendría que poner una lavadora. Encendió la ducha y esperó a que el agua saliera templada, al girar la cabeza se vio reflejado en el espejo. Tenía el pelo alborotado, los ojos tristes y los labios magullados. Se los tocó y los notó sensibles. Tenía una pequeña marca roja en el labio inferior donde se había mordido.

Ryan se preguntó si podía llegar a ser más tonto. ¿Qué había conseguido al meterse en ese armario con Jack? Ahora se sentía más confuso. Se metió en la ducha pensando en eso. Estaba claro que Jack no quería nada con él, no le hacían gracia los chicos gay, sus palabras lo habían dejado claro. Pero el modo en el que le había besado hablaba de otra cosa. ¿Qué le pasaba a ese tío? ¿Y cómo podía estar más pillado por él que antes? Se frotó con ganas el champú en la cabeza y dejó que los chorros de agua aclararan la espuma.

Pensó que el beso que había tenido con Jack fue el mejor de su vida. Dulce y cálido. Excitante.

Se enjabonó el resto del cuerpo y se aclaró. Con agua fría. Salió de la ducha y se secó por encima con una toalla, se la anudó a la cintura y antes de salir del baño cogió otra más pequeña para secarse el pelo, la frotó sobre la cabeza con energía para eliminar la mayor parte del agua. Se dio cuenta que tenía el cabello demasiado largo, la parte de delante le cubría mucho los ojos.

EN EL ARMARIODonde viven las historias. Descúbrelo ahora