CAPITULO 15: Tocar fondo como yinn (5)

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Al otro día estuve esperando impaciente que Yulen apareciese por la sala de fitness a la hora del entrenamiento, pero el muy flojo no lo hizo hasta que no faltaron nada más que diez minutos para acabar. Yo ya había pergeñado un "plan b" en caso de que no hubiera bajado esa mañana tampoco, pero afortunadamente, ya no hizo falta. En cuanto entró por la puerta, Andrés notó un impacto que lo dejó trastocado, y lo puso como ni Betsabé ni yo lo habíamos visto antes: nervioso. "Jejeje, esto funciona", me dije en cuanto vi el trabajito que le costaba dejar de mirar a Yulen. Al mismo tiempo, se le notaba aturdido. Por supuesto, Betsabé también se percató de ello, aunque no comprendía qué estaba sucediendo.

Con toda naturalidad, sin cortarse, Andrés comenzó a relacionarse con Yulen, de manera llana y fluida, como hubiera deseado Betsabé que hubiese hecho con ella al principio, en aquel gimnasio del barrio. Al terminar el entrenamiento, yo le di un empujoncillo al asunto, y animé a Andrés a quedarse con nosotros en la piscina. Me miró con reticencia, pero tras una mirada furtiva a Yulen, se decidió enseguida:

– Mira, hoy tengo el día tranquilo, así que...

Al oír esta respuesta, Betsabé se quedó petrificada. Mientras salíamos de la sala de fitness, se dirigió a mí, y me preguntó en voz baja:

– ¿Qué es lo que está pasando aquí, que no acabo de ver claro?

Yo me encogí de hombros:

– No sé a qué te refieres, no te comprendo.

– Ya...

No insistió, pero era obvio que no me había creído.

El propio Andrés tampoco entendía aún que era lo que le estaba pasando, no se percataba todavía de la naturaleza de su interés por estar un rato compartiendo espacio con Yulen, y lo achacaría a que, después de todo, era un personaje atrayente por estar triunfando en el mundo del espectáculo.

Por su parte, a Yulen se le veía que le había sentado bien el éxito, que se sentía satisfecho y pleno, a consecuencia de lo cual, irradiaba confianza y bienestar. Reía y bromeaba con desparpajo, pero no mostró con Andrés el descaro que había mostrado conmigo cuando nos conocimos, aunque lo miraba con agrado. Claro que no tanto como Betsabé, a la que se le caía la baba, cuando, tras lucirse haciendo unos largos, Andrés se tumbó con los ojos cerrados y se puso a tomar el sol, mientras yo preparaba granizada. ¡Qué rabia me daba!

– Vale ya, ¿no? – gruñí, mientras le ponía a Betsabé la granizada por delante: – Toma, para que te enfríes.

– De verdad, qué chinche eres tío. – protestó ella.

– Encima... – refunfuñé, antes de apartarme.

Andrés acabo yéndose cerca de las dos de la tarde. Después de comer, nos pusimos a grabar la maqueta de la balada, en la sala de la música. A Yulen le entusiasmó:

– Joder, tío ¡eres un puto genio! – exclamó, mientras la interpretaba. Betsabé se rió divertida, y cruzó una mirada cómplice conmigo; aunque se transformó en suspicaz, que es como se llevó mirándome el resto de la jornada. Me ponía ardiendo cuando la veía clavarme sus pupilas queriendo penetrar en mi cabeza, porque intuía que algo me traía entre manos pero no alcanzaba a deducir el qué, juas, juas, cómo me hacía disfrutar.

Como he dicho, el embrujo de fuego de amor funcionaba como un virus. Se iba haciendo más potente y agresivo con el paso de las horas, aunque dependía de cada persona los lapsos de tiempo, y la frecuencia con la que viera al objeto de su deseo. Cuando el hechizo daba resultado, el yinn se daba cuenta porque caía en una especie de sopor que le duraba entre 24 y 48 horas. Al despertarse podía considerar con toda certeza, que su "víctima" había acabado entre los brazos de quien pretendía.

Así que durante varios días esperé. Fui testigo de la agitación creciente de Andrés, sobre todo cuando de manera arbitraria, Yulen, al que deseaba ver y escuchar ansiosamente, se quedaba en la cama y no bajaba al entrenamiento, y el monitor tenía que disimular que se le salía el corazón cuando el cantante aparecía, justo antes de que él se marchase. Entonces Andrés se dilataba en su partida, se hacía el remolón, avisaba de que se quedaría en la playa, y nos animaba a acompañarle. Ante esto, Betsabé, una noche, mientras yo le besaba los hombros, en tanto la despojaba del camisón, se preguntó en voz alta, demostrándome así dónde tenía la cabecita:

– Oye, Andrés... ¿no resultará ser bisexual, verdad?

– Me importa un pimiento...– contesté estremecido, acariciando sus senos.

– Es que igual está descubriendo ahora que no es tan heterosexual como él se pensaba. ¿Te imaginas?

– Yo sí soy heterosexual, ¡mucho! – le contesté, girándola hacia mí, y echándome sobre ella. Betsabé rió de placer, comenzó a besarme y olvidó el asunto. 

Karim, Alma de Fuego (2ª parte). Capítulo 15.Where stories live. Discover now