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CAPÍTULO 12

Kagome cabalgó el resto del camino a Ravenswood con Miroku. Aunque trató de introducir a Inuyasha en la conversación repetidamente, él se negó. Lo mejor que pudo obtener fueron respuestas monosilábicas.

¡Aquel hombre era una inaccesible montaña de silencio! Pero ya se daría cuenta de que ella encontraría la forma de subirse a él. Tanto literal como figuradamente.

De hecho, una vez que se hubo recuperado del sobresalto que le había producido el libro, estuvo considerando la posición setenta y tres con renovado interés. ¿Qué se sentiría al tener a un hombre prohibido y oscuro manejándola de esa manera?

Al tener a ese fuerte e indomable guerrero rodeándola, llenándola con su cuerpo, poseyéndola de una forma en que ningún otro hombre lo había hecho, a la vez que ella lo poseía como ninguna otra mujer.

Aquello ofrecía grandes y atractivas posibilidades.

Aun así, no podía imaginarse cómo sería sentirlo dentro de ella, aunque Sango le había asegurado que la posición setenta y tres, definitivamente, les proporcionaría mucho placer a ambos.

Kagome estudió atentamente la fuerte espalda de Inuyasha, y vio de nuevo aquellos húmedos músculos en su mente. Sí, pondría al descubierto aquella piel morena y la exploraría a placer con sus manos y con sus labios. Sería suyo.

Si conseguía que se casase con ella.

Su mente continuó divagando. ¿Qué conseguiría hacerlo reír? Los chistes no habían funcionado. Tenía que haber algo que ella pudiese hacer. Algo que él encontrase divertido.

Y lo encontraría.

Llegaron a Ravenswood con la puesta de sol. Exhausta y desanimada, permitió que Miroku la ayudara a desmontar.

Inuyasha no les esperó. Empezó a subir los escalones que llevaban a la torre. Kagome lo vio ponerse rígido al llegar a la puerta.

Ascendiendo las escaleras, se detuvo tras él y se asomó por encima de su hombro.

— ¡Dios bendito! —Susurró, recorriendo el interior con la mirada—. Veo que ha estado muy ocupado.

Se habían fabricado nuevas mesas y las habían colocado en las esquinas. La pintura blanqueaba los muros, antes pardos, y su olor le irritaba la nariz. Nuevos tapices habían sido colgados, y habían quitado las contraventanas para dejar pasar la luz a través de las resplandecientes vidrieras de colores. Había juncos recién cortados sobre el suelo, y un aroma especiado y agradable le dio la bienvenida.

— ¿Estoy en mi salón de verdad? —dijo Inuyasha ásperamente.

Kagome se rió.

— Eso creo.

— ¡Denys! —bramó Inuyasha, dirigiéndose al recibidor.

Denys apareció inmediatamente, apresurándose desde la puerta lateral.

— ¡Milord! —lo saludó.

Kagome vio la vacilación en el rostro del mayordomo mientras se frotaba las manos con un gesto nervioso.

— ¿Es de vuestro agrado?

Inuyasha la miró.

— ¿Milady?

Ella asintió.

— Ha quedado maravilloso.

Denys sonrió.

— ¿Ha sobrado algo del dinero que te di según el presupuesto que hiciste? —preguntó Inuyasha.

— Sí, milord —dijo Denys asintiendo con la cabeza—. Bastante, de hecho.

Mαʂƚҽɾ Oϝ Dҽʂιɾҽ ( ᗪᑌEÑᗩ ᗪEᒪ ᗪEᔕEO ) ᵢₙᵤyₐₛₕₐ💘Donde viven las historias. Descúbrelo ahora