La flaca del boliche.

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Te conocí en un estado de ebriedad bastante importante, a primera vista me caíste bien, pero a su vez creí que te faltaban un par de caramelos en el frasco.
Luego de una salida al boliche me invitaste a dormir. Me negué, pero vos insististe. Después de esto comenzamos a juntarnos a tomar mates o cerveza, no nos conocíamos en lo más mínimo, pero yo sentía una conexión increíble.
Con el paso de los meses una completaba la frase de la otra y nos convertimos en buenas amigas.
Luego de mil charlas sobre bebidas, comidas, música, ideologías, religión, política, derechos, cultura, moda, salidas y problemas, entendi que me comprendías, que me apoyabas, que me querias. Te transformaste en mi estrella número dos, esa estrella que brilla las 24 horas del día, este soleado, nublado o lluvioso. Siempre admiré tu energía indomable, tu valentía para mandar todo la mierda sin importar que es lo que pueda ocurrir mañana, tu sabiduría para vivir el día a día y tu tenacidad la cual no te permite nunca bajar los brazos. Asumo que me encantan escuchar tus catedras sobre la legalización del aborto, los derechos de la mujer y la igualdad de género. Me fascina oírte hablar sobre lo que amas y lo que te apasiona.
Me enseñaste que la vida era mucho más que dolor, que las risas y las charlas eran la cura. Con el transcurso del tiempo llegue a amar tu sinceridad y tu forma de ser. Te convertiste en mi psicóloga, mi médica, mi hermana, mi madre, mi abogada, mi compañera de desastres y mi detector de mentiras. Con el paso del tiempo te convertiste en mi familia.

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