"Él era mi principo y mi fin, el infierno al que estaba condenada a arder. Pero joder, amaba tanto quemarme en él que parecía el paraíso".
[ROMANCE/MISTERIO/SUSPENSO]
-INTENSO CONTENIDO ADULTO (+21).
-PROHIBIDA SU COPIA O ADAPTACIÓN.
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Gaspar entró con prisa al auto sin siquiera despedirse y el motor rugió al encenderse. Una escandalosa alarma comenzó a retumbar en mi cabeza, mandando señales y advertencias por todo mi cuerpo, presionándome para hacer algo.
Parpadeé un par de veces por el cambio tan repentino. ¿Qué estaba esperando? ¿Una invitación? Me abofeteé mentalmente y entonces reaccioné.
De manera automática me acerqué a la ventanilla. Quise tocarle y decirle, no, suplicarle lo mucho que estaba arrepentida. Quise jurarle que iba a cambiar, que nunca volvería a siquiera poner un pie fuera de casa y que jamás tendrían que volver a preocuparse por mí. Pero no tuve tiempo de atentar contra mi dignidad porque Gaspar arrancó y comenzó a alejarse. Primero lento, como si se estuviera burlando de mí, y después de golpe.
Me quedé en shock. Observé en silencio como el auto comenzó a desaparecer poco a poco entre la profundidad del bosque y las rejas volvían a cerrarse bajo llave. Sentí un gran vacío crecer en mi estómago y la preocupación comenzó a palpitar con mayor ahínco.
Gaspar se había ido.
Se había ido sin mí.
Se había atrevido a abandonarme.
Me habían abandonado.
Algo tomó fuerza en mi pecho. Algo confuso, doloroso y molesto. Me quede quieta, como si ante cualquier movimiento en falso fueran a salir un grupo de enfermeros listos para amarrarme con una camisa de fuerza y aprisionarme en una pequeña habitación sin salida, justo como en las películas.
Pero los segundos siguieron pasando y nada cambió.
Volví a mirar con pasmo el edificio, los jardines, el bosque, las caras extrañas y las miradas curiosas. La poca gente que estaba merodeando por ahí tenía toda su atención puesta en mí. Me estremecí con fuerza, temiendo por un momento que fuera un ataque de pánico. Los nervios y la angustia no tardaron en precipitarse entre mi agobio. Mi cuerpo dejó de hacer otra cosa para concentrar toda mi energía en meditar lo que tenía enfrente.
Retrocedí unos pasos, negada. Se me formó un nudo en la boca del estómago y de un momento a otro me faltó el aire. Una oleada de terror estalló dentro de mí. La realidad me abofeteó sin piedad y me despojó de mi ignorancia.
De verdad ya estaba aquí.
Estaba tan negada a venir, tan convencida de mi inocencia, tan sumergida en mi propio mundo que yo misma me hice la idea de que nunca pasaría. Creí nunca estaría sola. Pensaba que esto se trataba solamente de una mala manera de hacerme reflexionar y que volverían de inmediato por mí.
Pero nadie volvió.
Tenía esa extraña sensación que experimentas cuando algo muy malo pasa, algo de lo que no estabas nada preparada y te toma por sorpresa. Entonces sólo lo sientes lejano, inalcanzable, cuando en realidad está frente a ti, o en tu misma piel.