"Él era mi principo y mi fin, el infierno al que estaba condenada a arder. Pero joder, amaba tanto quemarme en él que parecía el paraíso".
[ROMANCE/MISTERIO/SUSPENSO]
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Todo había terminado de la mierda.
La cabeza me punzó con cada agrio recuerdo deslizándose frente a mis narices. Cada uno más inquietante que el anterior.
Era mi culpa.
Todos sabían que era mi culpa.
Miré mis manos y no las reconocí. Parecían lejanas, tan ajenas con los rasguños y hematomas que me rodeaban las muñecas.
Dejé mis agobiados pensamientos a un lado y el dolor físico pasó a un primer plano. Pude notar la molestia en mi espalda tullida, el ardor en mis ojos, lo mucho que me estaba costando respirar. Con la falta de analgésicos me sentía lenta y pesada, plenamente consciente de cada fibra de mi adolorido cuerpo.
Había estado hospitalizada unos cuantos días. Hoy, después de una semana en observación, el médico dijo que ya me había recuperado por completo, que ya no había nada de qué preocuparse y que podía irme a casa. Dijo que todo estaba bien, pero yo sabía que no era así. Más allá del daño físico, de lo que unos estudios o una radiografía podían mostrar, yo sentía algo roto dentro de mí. Algo más allá de lo tangible. ¿Cómo se curaba una ilusión rota? ¿La herida de una traición? ¿La desesperanza?
Algo había cambiado dentro de mí. Ahora veía las cosas desde una perspectiva muy diferente. Una fatídica, rencorosa y desesperada; a la espera de que fuera a pasar algo terrible. Los eternos días tirada en una camilla me sirvieron para meditar mucho las cosas. Ya no pensaba igual, ya no quería las mismas cosas, ya no buscaba lo mismo. Ni siquiera sabía si buscaba algo.
Dentro del auto se expandió un espeso silencio, uno profundo y lleno de sentimiento. El día estaba demasiado seco y helado. Los inmensos pinos a los costados de la carretera se batían con el viento en una danza suave, arrastrando consigo las hojas muertas del suelo. No supe si era yo o mis devastados sentimientos, pero el paisaje era tan melancólico que me incitó a tirarme a llorar ahí mismo.
El abrigo que traía puesto no atajaba mucho el frío, pero me aguanté y crucé los brazos para darme un poco más de calor.
No tardé mucho en perder la paciencia.
Las ideas fueron fluyendo en mi cabeza entre posibilidades y fantasías. En la soledad de los asientos traseros se me ocurrieron mil maneras de escapar. Si hubiera cualquier oportunidad de prolongar mi encierro la tomaría sin pensármela dos veces. Sólo quería volver a casa, retroceder el tiempo y fingir que no había ocurrido nada, que todo seguía igual.
De verdad quise hacerlo, pero en cada una de las posibilidades que me replanteé, todas acababan en Khabila. En ese horrendo edificio olvidado.
Se me revolvió el estómago y mis nervios se dispararon ante la perspectiva.
Y ahora te preguntarás: ¿qué podría ser tan malo como para estar así de paranoica?
Bueno, te cuento: durante toda mi vida he estado viviendo en el mismo mísero lugar, en Woldrich. Un pequeño pueblo "mágico" que se dedicaba al comercio y turismo. Y a pesar de eso, la gente siempre se las arreglaba para hacer que cada día fuera igual al anterior y que el siguiente. Todo muy rutinario y en lo personal, sin vida.