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Aquel día no viniste a primera hora, ni a segunda, y a la hora del patio me topé contigo por casualidad.

Fumabas.

Antes de que pudiera decir nada, saltaste:

—Lo odio, no entiendo como a alguien le puede gustar el tabaco— diste otra calada.

Habría sido una tontería preguntarte por qué estabas fumando, porque puede que tú (¿quién eras tú?) no fueras así (¿cómo eras tú, realmente?)

Pero Olgha sí que era[s] así.

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