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Recuerdo que ese día estábamos hablando -me encanta(ba) hablar contigo- y dijiste que eras un papel en blanco.

—Estoy garabateada por las puntas, pero el centro sigue intacto— señalaste.

Te pregunté si necesitabas ser escrita, si necesitabas alguien que te relatara una historia que vivir.

—No entiendes nada- contestaste—. Lo mejor es seguir en blanco porque, una vez te escriben, es imposible borrarlo.

En aquel momento no lo entendí, Iris.

Pero hoy, escribiendo esto en el centro del papel (no hay apuntes en los bordes de esta carta), sé por fin a qué te referías.

Tú me escribiste nuestra historia, y debiste hacerlo con permanente, porque me es imposible borrarla.

AbecedarioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora