Abrí mi boca lo más grande que pude, como el doctor me ordenó, y sentí una paleta de madera presionando mi lengua con fuerza. Miré hacia arriba y me topé con el techo del hospital, con su tono blancuzco que se extendía por las paredes, las cuales a veces eran interrumpidas por alguna línea de color que contrastaba con los tonos pétreos del ambiente, pero no llegaban a hacer el sitio más alegre.
―Ya puedes cerrar ―me indicó sacando aquel artefacto de mi boca, lo cual agradecí.
Tuve que ensalivar mi lengua porque se había secado.
―¿Qué es lo que tiene? ―preguntó mi madre, quien también se encontraba en la habitación.
―No tiene nada ―dijo él guardándose la linterna que había usado en el bolsillo de su bata―. Está perfecta.
―¿Entonces por qué no habla? ¿Es porque no quiere?
El doctor, que debía rondar los sesenta años, me observó con un gesto compasivo. Yo le devolví la mirada sin intentar transmitirle ninguna emoción.
―No es exactamente que no quiera... ―Guardó silencio unos segundos―. No es nada grave, no se preocupe, pero este tipo de temas tiene que hablarlos con otro especialista. Seguro que pronto encontraremos una solución, ¿verdad?
No respondí.
―Está bien, muchas gracias, doctor.
No habría necesidad de tratar nada. Ya lo había decidido, dejaría que me internaran en un hospital psiquiátrico y viviría tranquila allí, lejos de la civilización. El castigo para mis padres por lo que habían hecho (y por lo que no habían hecho) sería pagar por siempre mi estancia en esa institución, mientras yo me dedicaba a descansar.
Ya no habría malos tratos ni miradas sorprendidas o de desprecio. La enfermera que me llevaría la comida a la habitación y me avisaría de la hora del baño finalmente se acostumbraría a mi naturaleza monstruosa, y con los días, con las semanas, ni le tomaría importancia, incluso dejaría de mirarme a los ojos y cumpliría con sus labores para poder ganar el dinero que le permitiría disfrutar los fines de semana lejos de mí.
Y yo disfrutaría estar lejos de ella, y de cualquier otra persona. Mis tiempos de convivencia social serían cada vez más limitados, y me dedicaría a imaginar miles de vidas donde era un ser menos horrible.
―Ámbar, sé que es complicado para ti hablar ahora, entiendo que estás enfadada.
El problema sería terminar en uno de esos lugares hacinados, con setenta camas por habitación. Aunque eso lo resolvería siendo el monstruo que soy y obligándolos a que me encerraran en una de esas habitaciones de paredes acolchadas. Hasta podía imaginar la textura esponjosa que me recibiría. A lo mejor quemaría las camas de los otros o, por qué no, me comería a alguien. Ya tenía experiencia en eso.
ESTÁS LEYENDO
| Completa | Vecino de número
Ficção AdolescenteElla le escribió un mensaje a su vecino de número por curiosidad. Él comenzó a interesarse cada vez más en sus palabras... el único problema es que ella es un monstruo. _________ Historia registrada. Vector utilizado para la portada creado por roser...