El lunes de la semana siguiente tuve que ir a clases con una mochila vieja que había encontrado entre mis útiles antiguos. No quería pedirle dinero a mi madre, ya bastante tenía con pensar cómo decirle que me habían robado el celular y que necesitaba que me ayudara para comprar uno nuevo. Mis pocos ahorros llegaron a cero tras comprar varias cosas que me habían quitado, entre ellas dos libros de texto que necesitaba para trabajar los ejercicios en clase.
No conforme con la expresión desdichada en mi rostro (que tampoco contrastaba mucho con la usual), el profesor de química se puso a preguntarme por temas de la semana pasada que no recordaba y, sin los apuntes, el resultado fue un maestro formado en la vieja escuela que creía que me burlaba de él.
―Si fuera una alumna responsable, ya le habría pedido los apuntes a alguna amiga.
Si fuera una alumna sociable, más bien.
―Lo siento, para la próxima clase los tendré ―me disculpé por cuarta vez.
―Eso espero. Y eso va para todos, tal vez los otros maestros pasen estas cosas por alto, pero a mi clase nadie viene a hacer hora de siesta, ¿entendieron? ―Me lanzó una última mirada de advertencia y dio por terminaba la clase.
Como ese viejo, había tenido maestros que se enojaban al ver que los estudiantes se llevaban mejor con sus otros profesores y terminaban volviéndose más y más amargados, logrando que los quisieran aún menos.
Lo único que agradecí ese día fue cuando el timbre dio por finalizadas las lecciones de la mañana, porque no me sentía preparada para fingir interés durante otra hora.
Me levanté y me coloqué la mochila en ambos hombros, todavía paranoica por pensar que si hubiera llevado mi bolso así el viernes pasado no me lo habrían quitado con tanta facilidad. Apenas crucé la puerta del aula, una bola de papel se estrelló contra mi cara.
―Te presto mis apuntes ―dijo César.
Él y sus amigos se rieron, detenidos en medio pasillo, como si hubiesen estado esperándome.
Como mi estrategia lo dictaba, no iba a contestarles nada, viviría ignorándolos hasta que se cansaran. Ya me disponía a avanzar cuando una voz ronca respondió por mí.
―¿Tienes algún problema con la chica?
Al girarme, me encontré con un tipo que parecía más grande que cualquiera de último año, aunque traía el uniforme. Ya lo había visto antes en los pasillos, lo recordaba bien porque aquellos brazos repletos de tatuajes que se asomaban incluso por su cuello no eran un rasgo común entre los menores de edad.
Hasta yo me estremecí al escucharlo, y estuve segura de ver los músculos de César tensarse cuando el otro le puso el rostro en frente, con un aire cargado de amenaza al que solo le hizo falta un gruñido depredador.
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| Completa | Vecino de número
Teen FictionElla le escribió un mensaje a su vecino de número por curiosidad. Él comenzó a interesarse cada vez más en sus palabras... el único problema es que ella es un monstruo. _________ Historia registrada. Vector utilizado para la portada creado por roser...